Capítulo 7

7

La política de la memoria

Mi terror de olvidar es más grande que el de tener demasiado que recordar. Dejemos que los hechos acumulados sobre el pasado sigan multiplicándose. Dejemos que crezca el torrente de libros y monografías, aunque sólo los lean los especialistas. Dejemos que los ejemplares no leídos descansen en los anaqueles de las bibliotecas, de manera tal que si algunos son eliminados o trasladados, otros queden. De manera tal que quienes lo necesiten puedan comprobar que esta persona sí vivió, que esos acontecimientos realmente se produjeron, que esta interpretación no es la única.

Yosef H. Yerushalmi, Zakhor (1989)

Tras la caída del régimen militar en 1983, las leyes de amnistía del presidente Alfonsín y los indultos presidenciales de Menem permitieron que los culpables de atrocidades salieran en libertad. Estas medidas aseguraron la impunidad y fortalecieron la conspiración de silencio, e hicieron posible que se siguiera creyendo en la “historia oficial”. En los pocos procesos iniciados, las conexiones de los criminales con la estructura de poder, junto con las prolongadas dilaciones judiciales, hicieron que se dictaran sentencias leves o que los casos contra ellos se desestimaran.

A fines de 1994, el gobierno de Menem promulgó la ley 24.411, que ofrece compensaciones económicas a los parientes de los asesinados o desaparecidos. Las Abuelas, como todas las otras organizaciones de derechos humanos excepto las Madres de Plaza de Mayo, interpretan esta ley como la admisión gubernamental del genocidio perpetrado por el estado durante la dictadura, y la apoyaron. Sin embargo, no se prevé ninguna sanción legal para los responsables de los crímenes.1 En 1995, el ex capitán de la armada Adolfo Francisco Scilingo confesó haber participado en el asesinato de presos políticos que habían sido drogados y arrojados al Río de la Plata desde aeronaves en vuelo.2 Ese mismo año, el comandante en jefe del ejército, teniente general Martín Antonio Balza, admitió públicamente que las fuerzas armadas habían secuestrado, asesinado y torturado durante la represión, pero negó la existencia de listas con información sobre los desaparecidos, y los obispos argentinos anunciaron que harían “un examen de conciencia” sobre el papel de la Iglesia en la época de la dictadura.3 Ninguna de estas declaraciones tuvo como consecuencia tipo alguno de medida.

La cultura de la impunidad

Bajo la bandera de la “pacificación” y la “reconciliación”, en la Argentina ha florecido una cultura de la impunidad. Los crímenes impunes del régimen generaron un clima en el que la gente considera cada vez más que la violencia policial, la falta de independencia del poder judicial y la corrupción gubernamental endémica son aspectos normales y cotidianos de la vida argentina.4 Como se verificó con frecuencia en todo el mundo, la impunidad es enemiga de la democracia, porque impide la reconciliación social. Cuando no se cumplen los requisitos de una auténtica reconciliación ⎯verdad y justicia, admisión de los delitos cometidos y castigo⎯, el perdón es imposible. La reconciliación no puede dictarse desde arriba.5

Como acto de violencia, la impunidad también tiene graves consecuencias para los individuos y las familias que tratan de recuperarse del trauma psicosocial causado por las violaciones de los derechos humanos durante la dictadura. La represión dañó al menos a tres generaciones: los padres de los desaparecidos, los desaparecidos y sus hijos. Y es probable que los efectos a largo plazo del hecho de crecer en un clima que legitima el crimen y niega la realidad sean nocivos para el bienestar mental y espiritual de las futuras generaciones de argentinos.6

En mayo de 1990, un grupo internacional, el Tribunal Permanente de los Pueblos, se reunió en Buenos Aires para analizar el caso de la Argentina como parte de sus sesiones sobre los crímenes contra la humanidad en América Latina.7 Tras escuchar los testimonios de las víctimas de la represión y revisar una amplia documentación, el tribunal señaló: “Bajo aquella justificación del perdón, el olvido o la reconciliación, se van dejando intactas las estructuras, los mecanismos y las actitudes que materializaron en el pasado y que siguen materializando en el presente, estos crimenes que ofenden a la humanidad como tal, que destruyen las posibilidades de convivencia civilizada entre los hombres.”8 Según este mismo tribunal, la impunidad cumplía al menos tres objetivos: protegía a quienes habían cometido delitos, permitía que la historia se escribiera desde el punto de vista del opresor y culpaba del caos económico y social creado por la dictadura a los sectores más marginados y explotados de la población. Se había convertido en un elemento estructural de la realidad argentina y perpetuaba una desigual distribución de poder y la explotación de los trabajadores, cuyo estatus, derechos y condiciones laborales se deterioraban rápidamente. Por otra parte, el tribunal señalaba el peligro que la impunidad representaba para la consolidación de la democracia en la Argentina: “Nosotros denunciamos, acompañados por la gran mayoría del pueblo argentino como absolutamente érronea la pretensión de alcanzar la paz y ayudar a la convivencia democrática negando los valores sobre los que esa paz y esa convivencia se construyen: la vida, la libertad, la igualdad, la verdad y la justicia”.9

Durante el gobierno de Menem las políticas económicas han favorecido el libre mercado y fueron fuertemente denunciadas por los partidos de la oposición y los sindicatos, que creen que se exprime a los pobres para amparar a los inversores y los organismos internacionales ⎯los mismos sectores que más se beneficiaron durante la dictadura⎯.10

Miembros de primer nivel del gobierno de Menem estuvieron en el centro de escándalos que implicaban presunciones de narcotráfico y extorsión. Por ejemplo, en el “Swiftgate”, el cuñado del presidente Menem, Emir Yoma, fue acusado de tratar de obtener dinero de Swift-Armour, una corporación transnacional de venta de carne envasada.11 Una aletargada investigación judicial no ha producido resultados definitivos.

La corrupción tampoco se limita a los niveles superiores del gobierno. La brutalidad y corrupción policiales son comunes en la Argentina. Muchos oficiales hoy ubicados en puestos de mando participaron directamente en la represión; como estaban bajo el control de los militares, disfrutaban de total impunidad. En la democracia, la policía ha subrayado la necesidad de “seguridad” y de librar una “guerra contra el delito”. Las estructuras de la represión creadas por la dictadura siguen así dando forma a los operativos policiales actuales. Algunos de los peores abusos policiales tuvieron por objeto a los jóvenes; han sido denunciados por los medios progresistas y las organizaciones de derechos humanos, y generaron una vigorosa organización comunitaria.12

El poder judicial no parece estar mucho mejor. En 1990, en la provincia de Catamarca, el caso de María Soledad Morales, una muchacha de 17 años a quien se encontró asesinada y que obviamente había sido torturada y mutilada, conmovió al país al revelar el grado de corrupción de la justicia provincial. El gobernador de Catamarca y dos de sus socios más cercanos llegaron a ocupar un lugar prominente en el caso. Marchas del silencio semanales, organizadas por la hermana Martha Pelloni, una monja carmelita que era directora del colegio de María Soledad, llegaron a congregar hasta treinta mil personas.13 El director del Centro de Estudios Legales y Sociales, Martín Abregú, sintetizó la situación: “El caso enardeció a la Argentina. Es un caso de pasión y política, encubrimientos y asesinos. Pero fundamentalmente caló hondo porque en este país la gente esta harta de la impunidad”. Recién en 1998 fueron condenados los dos hombres culpables del delito y en 2000 finalmente, la justicia empezó a investigar el encubrimiento del caso.14

La falta de confianza en el poder judicial se ha hecho endémica, señala el especialista en ciencias políticas Atilio H. Borón: “El poder judicial está en ruinas. Sólo los pocos que tienen dinero y recursos pueden acceder a la justicia. No es independiente; está muy estrechamente vinculado a los centros de poder político. Si el fallo de un juez no conviene a los que están en el poder, se modifica […] La Corte Suprema es adicta al gobierno. El propio ministro del interior, Carlos Corach, dijo que maneja la corte por teléfono”.15

En 1992 y 1994, los sangrientos atentados con bombas en Buenos Aires contra la embajada israelí y la Asociación Mutual Israelita Argentina (amia) generaron protestas en todo el mundo. Aunque ninguno de los casos ha sido resuelto, hay fuertes evidencias de participación policial, al menos en el atentado contra la amia.16 Y a principios de 1997 se encontró en Pinamar, dentro de su auto, el cadáver incinerado de José Luis Cabezas, un reportero gráfico de 36 años que trabajaba para la revista Noticias y que había estado investigando las actividades el empresario Alfredo Yabrán. En febrero de 2000 la justicia sentenció a prisión perpetua a 8 de los 9 acusados.  Sin embargo, muchos opinan que no se llegó al fondo del caso y que “la red de impunidad que existe en nuestro país es enorme.”17

Éstos son sólo algunos de los ejemplos más obvios de lo que las Abuelas llaman “la actual impunidad en acción”.

La política del recuerdo

Al analizar los mecanismos que impiden el desarrollo de la democracia en América Latina, Eduardo Galeano emplea la expresión “secuestro de la historia”: “A los muertos de hambre,  el sistema les niega hasta el alimento de su memoria. Para que no tengan futuro, les roba el pasado. La historia oficial está contada desde, por y  para los ricos, los blancos, los machos y los militares”.18 El trabajo de las Abuelas representa un vigoroso contrapunto al secuestro de la historia en la Argentina.

Como señala el historiador Yosef Hayim Yerushalmi al describir la historia de los judíos: “Lo que llamamos ‘olvidar’ en un sentido colectivo se produce cuando los grupos humanos omiten ⎯ya sea deliberada o pasivamente, por rebelión, indiferencia o indolencia o como resultado de alguna destructiva catástrofe histórica⎯ transmitir a su posteridad lo que saben del pasado”.19 Al relatar sus historias y perseguir la verdad, las Abuelas trabajan para impedir esa omisión y garantizar que los responsables de atrocidades no obtengan una victoria sobre la historia. El trabajo cotidiano de las Abuelas, sus testimonios personales y los retratos de los desaparecidos que aparecen en sus publicaciones son un desafío a la amnesia histórica generalizada del país. Impiden que las víctimas se transformen en una masa anónima. Cada vez que las Abuelas encuentran a un niño desaparecido, surge un cuadro detallado de la forma en que la dictadura implementó una metodología de terror que tuvo en su mira a los miembros más vulnerables de la sociedad. Cada historia contiene un hilo que vincula a la policía, los militares y los servicios de inteligencia con las desapariciones. No obstante, los perpetradores negaron la evidencia y trataron, sin éxito, de silenciar a las Abuelas.

La psiquiatra norteamericana Judith Herman ha analizado la relación entre crimen y silencio:

A fin de eludir la responsabilidad por sus crímenes, los autores harán todo lo que puedan por promover el olvido. El secreto y el silencio son sus primeras líneas de defensa, pero si el primero falla, el autor atacará agresivamente la credibilidad de la víctima y a cualquiera que la apoye. Si la víctima no puede ser completamente silenciada, el autor tratará de asegurarse de que nadie la escuche o le ofrezca ayuda. Para ello, organizará una impresionante masa de argumentos, desde la negativa más flagrante hasta las racionalizaciones más sofisticadas. Después de cada atrocidad, lo habitual es oír las mismas justificaciones: nunca sucedió; la víctima alucina; la víctima miente; la víctima fantasea; la víctima es manipuladora; la víctima está manipulada; la víctima se lo buscó (es masoquista); la víctima exagera (es histriónica) y, en todo caso, es hora de olvidar el pasado y mirar hacia adelante.20

Las Abuelas desafiaron el silencio y la negación prestando testimonio sobre los crímenes de la dictadura: plantearon un reto al aturdimiento y el olvido activo fomentados por la cultura de la impunidad. Centraron su puntería sobre la política de la memoria, sobre lo que se recuerda y cómo se recuerda y sobre la distorsión del documento histórico. Saben que el silencio y el olvido facilitan el juego de los poderosos y que la personalización de los desaparecidos y el señalamiento de los asesinos son los primeros pasos en la recuperación de la verdad.

La Abuela Delia Califano habla de sus relatos cotidianos:

Te cuento que para mí es una necesidad transmitir esto, nosotros tenemos un departamento en Mar del Plata, restos de la época de bonanza. Cualquier extraño que se me sienta al lado en la playa le cuento mi historia, busco la forma de sacar el tema y contarlo, creo que es una necesidad, descargar de pronto tensiones y un poco difundir lo que ha ocurrido, es un poco mantener la memoria. Es como un complemento de toda la tarea nuestra, nuestra tarea, ir a radios, canales, es un poco transmitir la historia, mantener la memoria viva, es como una necesidad que la gente sepa. […] A veces es alguien que se me sienta en el tren, tengo media hora de viaje y sale la conversación, por lo general en la actualidad empieza con la carestía y mientras esto no termine en manos de los militares, aguantemos la carestía y ahí sale el tema militares y ahí meto yo las desapariciones. Es como una búsqueda de comunicar lo que ocurrió a gente que no ha estado, que no ha sido directamente violentada por este motivo.21

La decisión de las Abuelas de no olvidar y seguir documentando la metodología del terror las llevó a participar en la fundación de la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos Desaparecidos (fedefam), puesta en marcha en Costa Rica en 1981. La Abuela María Alexiu de Ignace fue presidente de la organización desde 1991 hasta 1993. La fedefam, que hizo gestiones ante las Naciones Unidas y la oea para que éstas reconocieran las desapariciones forzadas como un crimen contra la humanidad, se opuso vigorosamente a las leyes de amnistía y los indultos presidenciales en la Argentina y otros países latinoamericanos.22 En 1993, en las Naciones Unidas, la fedefam auspició el testimonio de una de las niñas recuperadas, Laura Scaccheri, que después de ocho años fue restituida a su familia legítima. Laura solicitó a la Comisión de Derechos Humanos que apoyara la restitución de los mellizos Reggiardo Tolosa a su familia y cuestionó la idea de que debían ser ellos mismos quienes decidieran con quién vivir:

Ahora vivo con mi familia. Allí con ellos, pude preguntar, mirar para atrás poco a poco, llorar y reír, con cariño y sobre todo sin mentiras. Si se logró mi restitución y la de otros cincuenta chicos, ¿por qué se hace tan difícil las que faltan? […] Como por ejemplo un caso vigente en Argentina, el de los mellizos Reggiardo Tolosa, en el que se pretende que ellos elijan. Eso es delegar a los chicos lo que tendrían que hacer los adultos. ¿Puede un chico que ha vivido durante años con alguien elegir cambiar? Creo que no. En mi caso fue muy difícil entender que me hayan mentido tanto tiempo, en todo.23

Mirar hacia el futuro

Las Abuelas hablan a menudo de la importancia de la memoria colectiva, porque quieren que el pasado sea recordado. Sin embargo, como lo demuestra la creación del Banco Nacional de Datos Genéticos, su objetivo es el futuro. Han insistido cada vez más en el trabajo con los jóvenes, porque será la próxima generación la que herede el país y continúe su obra. Las Abuelas saben que trabajadores, grupos comunitarios, estudiantes ⎯todos los que cuestionan las injusticias del sistema⎯ bien pueden ser los próximos blancos de la represión, si la democracia no se arraiga sólidamente en la Argentina.

En 1990, las Abuelas publicaron un libro de prosa y poesía, Algún día…, escrito por dos jóvenes, Mariana Eva Pérez y Yamila Grandi, que esperan encontrar algún día a sus hermanos nacidos en cautiverio. Sus madres estaban embarazadas cuando las secuestraron.24 Mariana Eva Pérez tenía 15 meses cuando sus padres desaparecieron. Nos cuenta lo que sabe sobre su hermano:

Se sabe por el testimonio de una mujer que estuvo en la Escuela de Mecánica de la Armada con mi mamá, que es donde la tenían detenida, y que después la liberaron y estuvo en el exilio, que mi mamá tuvo a mi hermano, que fue varón, el 15 de noviembre de 1978 […] que había pesado tres kilos y pico, que el parto fue normal, que nació sano y que lo tuvo tres o cuatro días con ella, al bebé, que le puso el nombre Rodolfo Fernando. […] Esto era algo raro porque apenas nacían se los sacaban. […] Mi mamá tenía mucho miedo que la trasladaran, porque hasta ese momento la habían tratado muy bien, tenía miedo que ahora que ya no estaba embarazada la trasladaran y la torturaran o la mataran. Y bueno, eso es lo que se sabe después, sale de la esma, tres o cuatro días después del parto, con mi hermano en los brazos y ahí es cuando esta chica que cuenta esto la ve por última vez. […]

Yo crecí con mis abuelos, con mucho amor, la única nieta […] me crié muy bien y con respecto al tema de mis papás siempre me contaron todo, apenas tuve edad para entenderlo. […] Cuando tenía ocho o nueve años me contaron que tenía un hermano porque me sacaron sangre para el Banco de Datos Genéticos. Yo no entendía muy bien para qué era eso, era muy confuso eso. Mi abuela me explicó que era para encontrar a mi hermano. Me puse contenta, yo siempre quería un hermano. […] Bueno, después vino todo el asunto de pensar que no lo tenía y rebelarme contra eso. […] Después empecé a ponerme en la búsqueda de Abuelas, a apoyarlas mucho más. Ya iba con el brazo así, al Banco, y decía: “pínchenme”.25

Su abuela, Argentina Pérez, recuerda:

Mariana siempre fue muy espontánea. […] A mí me contó la maestra de primer grado que un día se paró y le dijo: “Señorita, ¿puedo decir algo?”, dice. “Sí, Mariana.” Y ella: “Para mis compañeros: yo quiero que sepan mis compañeros que yo tengo padres desaparecidos”. Entonces todos los chicos empezaron, “señorita, ¿qué es eso?”, y entonces ella se vio obligada a contar qué era lo de padres desaparecidos.26

Mariana agrega:

A mí me pareció importante contarlo porque es como que yo me identifico mucho con eso, es mi historia, soy yo. Entonces, cuando me importa una persona, cuando quiero que me conozca, lo primero que hago es decirle eso, no me conoce si no sabe eso. […] Y no es sólo por mi hermano, es por todos los chicos. […] Voy bastante seguido a lo de las Abuelas, doy una vuelta por ahí. Para ver qué están haciendo, para ver si puedo ayudar en algo.

En 1992, las Abuelas festejaron el decimoquinto aniversario de su organización con un seminario de tres días sobre las cuestiones de la identidad, la filiación y la restitución. En la ceremonia de clausura, luego de la intervención de los diversos paneles y las alocuciones de sociólogos, médicos, psicólogos, asistentes sociales y abogados, hablaron los niños recuperados y los hermanos de los niños nacidos en cautiverio. Mariana entiende plenamente la importancia de su papel:

El año pasado estuvimos hablando cuando fue el seminario de Abuelas, el día del cierre del seminario. […] Y lo que planteamos fue que el trabajo de Abuelas tenía que continuar. Cuando las Abuelas no puedan continuar más, que ya están viejitas, cuando no puedan continuar más, que no se preocupen, que ahora estamos nosotros para seguir el trabajo de ellas. […] El futuro de Abuelas estaría en manos nuestras y en eso estamos todos los chicos de acuerdo. […] Fijarnos como meta encontrar hasta el último chico, e inclusive después de eso, tratar de que no se olvide todo lo que pasó acá, que no se repita. […] Ya apenas terminó el proceso la gente ya andaba diciendo cuando venían las Abuelas y las Madres, que para qué remover el pasado […] lo importante es que esto no se olvide, que no vuelva a pasar por nada del mundo.

Las voces de los jóvenes empiezan a ser escuchadas en la Argentina. En octubre de 1995, estudiantes secundarios protestaron por el uso de las instalaciones de la esma para un torneo de natación. Los jóvenes señalaron que en ella habían torturado y matado a miles de personas, y que tratar de legitimar su uso como sede de un acto deportivo era una afrenta a la memoria de los desaparecidos. De los ciento veinte participantes que se esperaban, sólo se presentaron veinte.27 En términos más generales, muchos de los que hoy concurren a colegios y universidades conmemoran a los estudiantes desaparecidos durante la dictadura y se comprometen con los valores por los que murieron muchos de ellos. Se niegan a aceptar la desocupación, la pobreza, la falta de educación y servicios de salud, las viviendas en mal estado y todas las otras injusticias de la sociedad argentina actual.28 En octubre de 1996, inspirados por las Madres de Plaza de Mayo, Línea Fundadora, estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires recordaron públicamente a noventa ex alumnos que fueron asesinados o desaparecieron durante la dictadura. El acto, llamado “Puente de la memoria”, y una exposición sobre la vida de los estudiantes desaparecidos, atrajeron a cientos de personas.29

En 1995, unos setenta jóvenes de entre 16 y veinte años crearon una nueva organización de derechos humanos. Se trata de hijos de personas desaparecidas o asesinadas durante la dictadura. Se autodenominaron hijos (Hijos por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio). Entre sus demandas fundamentales se cuentan la anulación de las leyes de amnistía y los indultos presidenciales, para que se pueda procesar a los asesinos de sus padres, y la restitución de los niños desaparecidos a sus familias de origen. Miguel Santucho, uno de sus integrantes, de veinte años, describe la organización:

hijos es muy heterogéneo. Hay distintas edades, distintos pensamientos políticos, distintas culturas. En la agrupación no hay escalafón jerárquico, no hay ni presidente, ni representante, ni nada. Acá se trabaja en comisiones, cada comisión es independiente, las decisiones políticas se toman en la asamblea semanal donde se hace un esfuerzo muy grande para consensuar […] Estamos en hijos porque sentimos que nos falta algo, tenemos una identidad incompleta por varios motivos, depende de cada historia personal […] Tengo mi mamá desaparecida y yo no tengo de ella más que cuentos o recuerdos de otra persona, o anécdotas, o fotos, pocas, no puedo llenar ese vacío, y me doy cuenta que el motivo por el que no está mamá es porque representaba algo al nivel social, era un sujeto social que la clase dominante quiso hacer desaparecer […] Sus lazos sociales con otra gente tenían que ser destruidos […] Sólo con la reconstrucción de esos lazos sociales puedo yo reclamar parte de mi identidad y obtener justicia […] Nuestra organización es totalmente independiente, pero nosotros sabemos que si hoy estamos se debe a los veinte años de lucha de las Madres, de las Abuelas, de los familiares. 30

En la celebración de los “primeros mil jueves” de las Madres de Plaza de Mayo, realizada el 27 de junio de 1996, hijos tuvo una presencia muy visible y bienvenida. Uno de sus miembros declaró a la prensa: “Para nosotros, los hijos, esta ronda de las Madres significa el contacto con nuestra historia y con la lucha de nuestros padres. Los que creyeron en la victoria de la muerte, se equivocaron: veinte años después,  aquí estamos nosotros para decir ‘presente’”.31

El 29 de octubre de 1996, primer aniversario de la asunción de Antonio Bussi como gobernador de la provincia de Tucumán, hijos organizó protestas en esa provincia y en Buenos Aires. Entrenado por el Pentágono, Bussi había aprendido en Vietnam técnicas de contrainsurgencia que después aplicó en esa provincia. Con la denominación de “Día de la vergüenza nacional”, hijos marchó hacia la Plaza de Mayo con la compañía de activistas de los derechos humanos. Los representantes de los partidos políticos estuvieron notoriamente ausentes del acto.32 hijos recibió amenazas y algunos de sus integrantes han sido detenidos. La organización se reunió con el ministro del interior, Carlos Corach, para solicitar un habeas corpus “preventivo” para sus miembros, e hizo responsable al gobierno por los eventuales ataques contra ellos. El ministro les ofreció protección policial, que rechazaron con estas palabras: “No queremos la policía en la puerta de nuestras casas. Son los mismos que asesinaron a nuestros padres. Lo que queremos es que depuren las fuerzas de seguridad.  Son sus miembros los que nos están amenazando, tienen información, saben nuestros teléfonos y nuestras direcciones”.33

La lucha de las Abuelas por la identificación y restitución de sus nietos desaparecidos es, como la mayor parte de las actividades de las mujeres, esencial, cotidiana y realista. Las cualidades que llevan a la arena pública ⎯fortaleza, paciencia y vigilancia⎯ son fundamentales para el establecimiento de una verdadera democracia. Al mantener viva la memoria histórica, han asumido un papel que las abuelas a menudo desempeñan en la vida de sus comunidades: contar las historias que generan un sentimiento de identidad y objetivos comunes entre los miembros de la familia. Su negativa a rendirse a la complacencia y el silencio afirma la continuidad de la vida y brinda esperanzas. Mediante la recuperación de la identidad de sus nietos, ponen en marcha el esencial proceso de construcción de una identidad social argentina histórica e incluyente, una identidad que es, en sí misma, necesaria para sanar una sociedad profundamente herida y sentar los cimientos de una democracia viva.

Contra el olvido, contra las cuentas pendientes, nadie puede hablar con más elocuencia que las Abuelas de Plaza de Mayo:

No hay que olvidar, ni callar.  Nuestro deber es mantener viva la memoria, repetir incansablemente los horrores del genocidio argentino.  Y no dejar pasar ningún hecho, por insignificante que parezca, sin emitir opinión y aclarar y difundir la verdad, toda la verdad para el esclarecimiento de muchos que todavía se niegan a comprender.34