Capítulo 2

2

Las Abuelas se organizan

En ese largo caminar nos encontramos las Abuelas, organizamos un grupo para buscar a los niños desaparecidos, primero pensando que éramos pocas y el terror fue tremendo cuando nos enteramos que éramos cientos.

María Isabel Chorobik de Mariani (1986)

En los encuentros semanales de las Madres en Plaza de Mayo había Madres que buscaban no solamente a sus hijos sino también a sus nietos, secuestrados con sus padres o nacidos en cautiverio.  En octubre de 1977, 12 de estas Madres crearon la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo y se organizaron alrededor de una exigencia específica:  que los niños que habían sido secuestrados fueran restituidos a sus familias legítimas. La asociación creció rapidamente, ya que docenas de abuelas se incorporaron a ella. Hasta 1999 las Abuelas de Plaza de Mayo han documentado la desaparición de 220 niños (84 niños y 136 mujeres embarazadas) pero calculan que la verdadera cantidad de niños desaparecidos es de alrededor de quinientos. El número exacto tal vez nunca se sepa, porque el temor aún hace que algunos secuestros permanezcan sin denunciar.  Por otra parte, cuando desaparecían familias enteras, no quedaba nadie que pudiera contar lo que les había pasado; y algunos padres probablemente no sabían que sus hijas estaban embarazadas en el momento de la desaparición. 1

Sobre el tema de los niños desaparecidos, Nunca más afirmaba lo siguiente:

Cuando un niño es arrancado de su familia legítima para insertarlo en otro medio familiar elegido según una concepción ideológica de “lo que conviene a su salvación”, se está cometiendo una pérfida usurpación de roles.

Los represores que arrancaron a los niños desaparecidos de sus casas o de sus madres en el momento del parto, decidieron de la vida de aquellas criaturas con la misma frialdad de quien dispone de un botín de guerra.

Despojados de su identidad y arrebatados a sus familiares, los niños desaparecidos constituyen y constituirán por largo tiempo una profunda herida abierta en nuestra sociedad.  En ellos se ha golpeado a lo indefenso, lo vulnerable, lo inocente y se ha dado forma a una nueva modalidad de tormento. 2

En 1984, el general Ramón Juan Camps, ex jefe de la policía de la provincia de Buenos Aires (finalmente sentenciado a 25 años de cárcel por su participación en cientos de homicidios), declaró lo siguiente: “Personalmente, no eliminé a ningún niño. Lo que hice fue llevar a algunos a organizaciones de beneficencia para que les encontraran nuevos padres. Los padres subversivos enseñan subversión a sus hijos. Eso tiene que terminar”.3 El general José Antonio Vaquero le dijo a Emilio Mignone, activista de los derechos humanos, que “uno de los problemas que enfrentamos es el de los hijos de los desaparecidos, que van a crecer odiando a las instituciones militares”. En la misma línea, un diplomático y político muy conocido, Mario Amadeo, informó que el secretario de la presidencia sostenía que la separación de los menores de sus familias era una doctrina establecida por los altos mandos para impedir que los hijos de los desaparecidos odiaran a los militares.4

El plan del general Camps de encontrar “nuevos padres” para los niños implicaba, en la práctica, que muchos de ellos fuesen entregados —como si fueran objetos o elementos de un botín de guerra— a funcionarios gubernamentales de alto rango, miembros de las fuerzas armadas u oficiales de la policía. Otros quedaban abandonados en la calle o se los dejaba en orfanatos sin información alguna sobre sus orígenes.5 Al considerar a los niños como uno de los objetivos de sus políticas represivas, los militares idearon una forma especialmente cruel de disciplinar a quienes el régimen calificaba de “subversivos”: mediante la destrucción de la identidad de sus hijos, les robaba el futuro. Los militares comprendían con claridad la importancia de las familias, y en especial de las madres, en la transmisión de valores e identidades de generación en generación, y castigaban a las mujeres por criar a quienes se atreverían a desafiar al régimen. Una metáfora comúnmente empleada durante la dictadura era “la Nación Argentina es una gran familia”.* Como “padres”, los militares creían que “salvaban” a los jóvenes de convertirse en la próxima generación de subversivos. La separación de los niños de sus familias legítimas era necesaria para incorporarlos a la “gran familia argentina”.6

¿Fue único en América Latina el caso de la Argentina? Sabemos que 13 niños uruguayos desaparecieron en la década del setenta. Todos fueron secuestrados o nacieron en cautiverio en la Argentina, lo que aporta una prueba adicional de que las fuerzas de seguridad de ambos países emprendían operaciones conjuntas.7 Hace poco aparecieron pruebas de que a principios de los años ochenta, durante la guerra civil en El Salvador, los hijos de los simpatizantes y activistas políticos de la guerrilla eran apartados de sus padres y entregados en adopción a extranjeros de Europa y los Estados Unidos o bien quedaban a cargo de los militares.Es posible que en el futuro nos enteremos de otros casos de robos de niños por razones políticas en otros países en América Latina.

Los primeros días de las Abuelas

El 25 de noviembre de 1976, un día después del ataque armado y la destrucción de la casa de su hijo, María Isabel Chorobik de Mariani (a quien sus amigos conocían como “Chicha”) se enteró de la muerte de su nuera y la desaparición de su nieta de tres meses. Había ido a visitar a su padre enfermo. Al volver a su casa, comprobó que también ella se había convertido en un objetivo:

Me tomé un taxi en el centro y cuando se acerca el taxi, veo que está mi casa llena de gente en la puerta. […] Estaban todos los vecinos llorando en la puerta, creyendo que yo estaba muerta adentro. Llego, entro, y un vecino me alcanza a decir “¡cuidado!” Un cable pelado, conectado con la puerta, para que al pasar… Habían volcado todo… no quedaba nada de nada… se habían llevado todo. Bueno, la hecatombe.9

Como su hijo no estaba en su casa cuando la asaltaron y destruyeron, todavía estaba con vida. Ella se las arregló para verlo antes de que él entrara en la clandestinidad y se encontraron algunas veces más durante los meses siguientes, siempre en absoluto secreto. Sin embargo, nueve meses después, Chicha Mariani sufrió dos golpes más: un llamado telefónico anónimo le informó que habían asesinado a su hijo, y algunos de sus parientes cercanos, que habían logrado ponerse en contacto con fuentes allegadas al general Camps, recibieron la noticia de que también su nieta estaba muerta. A pesar de esta información devastadora, Chicha, contra todos los pronósticos, empezó a buscar a su nieta desaparecida.

En una de sus innumerables visitas a comisarías, cuarteles del ejército y juzgados, Chicha Mariani conoció a la doctora Lidia Pegenaute, una de las pocas funcionarias públicas que mostró interés en su relato. Pegenaute, juez de menores, le habló varias veces de otras dos mujeres que también buscaban a sus nietos. Chicha Mariani recuerda:

Yo no captaba lo que ella me quería decir, una y otra vez. […] Yo lloraba y lloraba y nada más. […] Hasta que un día me di cuenta que me estaba diciendo que por qué no las buscaba. Entonces dije: “¿Y yo no podría tener contacto con alguna de esas señoras?” La doctora Pegenaute pegó un salto y dijo: “Ya le traigo la dirección de la señora de de la Cuadra que vive en La Plata”. […] Ahí mismo me fui a la casa de Alicia. Me abre la puerta una linda señora, alta, elegante, de ojitos celestes con un batón rosa y me hizo pasar. Yo le conté quién era, por qué la buscaba y quién me mandaba. Charlamos horas y horas.

La hija de Alicia de de La Cuadra estaba embarazada de cinco meses en el momento de su desaparición. Por informaciones de sobrevivientes del campo secreto de detención donde la habían llevado, Alicia se enteró de que había tenido una niña a quien llamó Ana. También supo que la criatura pesaba 3,750 kilos y que cuatro días después de nacer la habían separado de su madre. La reunión entre las dos abuelas duró horas. Intercambiaron relatos e ideas, e iniciaron así lo que sería una prolongada y ferviente amistad. Alicia dijo que había asistido a las concentraciones semanales de las Madres en Plaza de Mayo, y Chicha decidió ir con ella.

En la primavera de 1977, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Cyrus Vance, visitó la Argentina. Las Madres organizaron una manifestación y se acercaron a él con petitorios referidos a la situación de sus hijos desaparecidos. Fue la primera manifestación en que participó Chicha Mariani, que se quedó inmóvil y no pudo entregar su mensaje:

Vino una señora corriendo y me dice: “¿Entregaste el testimonio?” “No ⎯le digo⎯, lo tengo acá”. Me lo arrebató, corrió entre los perros y las armas, con riesgo, porque iba corriendo detrás de Cyrus Vance, y le entregó el papel. Y dice: “ya está, ya lo entregué”. Ésa era Azucena Villaflor de DeVincenti.

Ese mismo día, durante la manifestación, Alicia la presentó a otras mujeres cuyas hijas embarazadas también habían desaparecido. Decidieron encontrarse una vez más para discutir su situación común, ya que creían que, si se juntaban, las autoridades no podrían ignorarlas con tanta facilidad.

Haydée Vallino de Lemos fue otra de las integrantes originales del grupo. Tanto su hijo como su hija, que estaba en su octavo mes de embarazo, desaparecieron. La familia quedó en la ruina debido a la búsqueda de ambos. Haydée recuerda los primeros días:

Yo era de las Madres, las que dábamos vuelta a la plaza. […] Al principio, yo lo único que hice, me acostaba y miraba al techo, nada más. Llegué a pesar cuarenta kilos. […] Y un día mi marido me trae, comprábamos La Prensa, y me mostró La Prensa y me dice: “Mirá, se reúnen”. […] Entonces dije: “Yo sola no soy, hay más…” Entonces ahí me levanté y lo primero que hice me fui al Ministerio del Interior. […] Y ahí me encontré con una señora y ella me dijo: “¿Por qué no venís los jueves a la Plaza de Mayo? Llevá un clavito, te ponés el clavito y con eso te van a conocer”. Y yo fui y me senté en un banco y mi marido se sentó más allá, más lejos. Y llevé el clavito en la mano y vi que las otras llevaban un clavito, entonces me di cuenta que eran ellas.10[…]

En una manifestación una señora empezó a contarme su historia, y cuando supo que yo tenía una hija embarazada, dice: “¡Ay!” Enseguida sacó una libretita, ella también tenía una hija embarazada que había desaparecido. […]

En la plaza, nos pasábamos papelitos, así en dónde nos teníamos que reunir. […] Nos reuníamos en las iglesias, en mi casa, en la casa de mi hermana […]. Mi hermana vive en un piso 12 y no tomábamos el ascensor, no queríamos tomar el ascensor para que no se sintiera el ruido, éramos unas cuantas y a la hora en que el portero está durmiendo. Íbamos en puntitas de pie hasta el piso 12 todas […] y ahí, ¡qué momento!, nos reuníamos. Y ahí pensábamos cosas, mandábamos cartas de acá, juntábamos firmas entre nosotras, una tenía una idea de dónde podíamos mandar las cartas a quién […] cada vez se iba haciendo más grande. […]

Fuimos simples amas de casa que nunca habían hecho nada. Yo no sabía ni viajar en colectivo, yo no salía si no era con mi esposo. […] Ahora mismo yo no haría lo que hice, no me animaría a hacer lo que hicimos.11

Raquel Radío de Marizcurrena, otra de las Abuelas fundadoras, perdió a su hijo, secuestrado el día que cumplía 24 años junto con su esposa, que estaba embarazada de cuatro meses. Raquel recuerda su arresto luego de una de las marchas en la Plaza de Mayo:

Un día en la plaza bajaron a los pasajeros de tres colectivos y nos cargaron a nosotros. Nos llevaron a la comisaría quinta. Cuando bajamos de los colectivos, los pisos eran blancos, llenos de papelitos, todo lo que teníamos en la cartera que podía comprometernos, todo eso lo rompimos, todo, todo. […] He estado presa con Azucena, Azucena era una mujer fantástica. De cualquier parte te llamaba para firmar, nos citaba en las iglesias, nos citaba en las plazas, nos citaba tal día vamos al Botánico, o si no al Zoológico. Nos poníamos en grupo así separadas en los bancos y firmábamos. […] Y todos los jueves, no faltábamos un jueves, empezamos a ir a la plaza.12

Pronto, sin embargo, según recuerda Raquel, algunas de las Madres empezaron a plantear la cuestión de sus nietos desaparecidos:

Un día dice Chicha: “qué te parece ⎯nos dice a todas las abuelas⎯, vamos como festejando el Día del Niño, con carteles de los niños y las fotos juntas”. Hicimos un cartel grande con todas las fotos de los chiquitos y de las embarazadas. Ahí fue nuestra separación de las Madres porque dos Madres nos sacaron de la plaza, que si queríamos una plaza para eso que fuéramos a la Plaza Congreso, que ésa era la plaza de las Madres. […] Las únicas dos ellas y fue una sola vez. Así que seguimos yendo a la plaza. […] Sí, lo que pasó es que ellas dijeron que nosotros empezamos a dividir unas cosas de las otras, ellas pensaban que nosotros al buscar a los niños, no buscábamos a nuestros hijos. Ésa era la idea de ellas, pero no era así, porque nosotros no olvidábamos, nunca olvidamos a nuestros hijos.

Delia Giovanola de Califano, una Abuela fundadora que sufrió las desapariciones de su hijo adoptivo y su nuera, embarazada de ocho meses, recuerda su escepticismo inicial ante la idea de reunirse con otras Madres:

Al principio me parecía que era perder el tiempo ir a hablar con otras madres que les pasaba lo mismo porque yo tenía que buscar al mío y no veía la conexión, ¿qué me podía servir ir a contarle a otras que les pasaba lo mismo? […] Pero ante la insistencia de otra madre que tenía un hijo desaparecido, un día la acompañé a la plaza. Ahí, en la plaza, éramos muy poquitas, seríamos dos o tres madres, era muy al principio. Y ella me presenta a Azucena Villaflor. […] Azucena saca lápiz y papel y toma todos mis datos. […] El grupo iba creciendo tanto que ya no pasábamos desapercibidas. Y nos mandaban hacer circular. Venía la policía; circulen, circulen. […] Dábamos la vuelta a la Pirámide para circular, así iba creciendo. […] Un día, alguien que estaba en el borde de la rueda, decía a medida que íbamos pasando, “¿hay alguna que tenga la hija o la nuera embarazada?” Entonces yo me arrimo y nos quedamos a citar en confiterías, las Abuelas.13

Las Abuelas empezaron a reunirse en La Plata y Buenos Aires y a compilar una lista de nombres con las fotos de cada niño y cada mujer embarazada secuestrados. Difundieron la lista entre individuos y organizaciones de la Argentina y el extranjero. El grupo original estaba compuesto por 12 mujeres.14 Hacían su trabajo en lugares públicos —confiterías, restaurantes y paradas de colectivos— y trataban de parecer señoras mayores convencionales que tomaban el té con masas y fingían celebrar fiestas de cumpleaños u otros acontecimientos familiares. Elaboraron un código para hablar por teléfono sin que las entendieran: “el Hombre Blanco” era el papa; los “cachorros”, los “cuadernos” o las “flores” eran los niños; las “chicas” o las “jóvenes” eran las Madres; y las “viejas” o las “tías viejas” eran ellas mismas.15

Rosa Tarlovsky de Roisinblit, la vicepresidente actual del grupo, cuya hija embarazada desapareció en 1978, explica cómo trató de obtener información sobre ella y cómo se enteró de la existencia de las otras Abuelas:

Presenté habeas corpus para mí, para mis consuegros. […] Fui al Ministerio del Interior. Me dirigí a las entidades judías que lamentablemente no me ayudaron nada, eso lo quiero decir así, bien fuerte. […] Aunque finalmente después de pasados tantos años, casi los estoy justificando, porque el miedo, el terror era tan grande, que a lo mejor no se querían complicar la existencia conmigo por temor a que se perjudicara otra gente de la colectividad, puede ser que haya sido eso. […] Fui a hablar con el rabino Marshall Meyer, el rabino Meyer me recibió muy bien, en forma muy comprensiva, yo no era la primera que acudía a él de la colectividad judía, antes de que le dijera nada, me dijo que ya sabía para qué venía. […] Me dio, entre otras, la dirección de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y entonces yo fui allá y justamente me atendió un abogado, el doctor Galletti. Me tomó todo el historial y me dijo: “Señora, mañana van a venir unas cuantas abuelas a mi casa, vamos a hacer un documento de denuncia de cada una”, era la época en que hacían las denuncias frente a la oea. “Véngase usted también.” […]

Así fue como al día siguiente, con todo el miedo, porque yo tenía un miedo pánico, porque no sabía quién era ese señor, yo no sabía que era el doctor Galletti que era una persona que también tenía una hija desaparecida. […] Yo iba a ciegas. Fui allá y me encontré con unas cuantas abuelas, y así fue como empecé a trabajar con las Abuelas, que todavía no se llamaban Abuelas de Plaza de Mayo. […] Me trajo cierta paz interior, aunque la preocupación seguía muy grande, ¿no? Pero por lo menos yo tenía esa paz de saber que estaba trabajando por mi hija y por mi nieto.16

La primera denominación del grupo, con el que solían firmar sus petitorios y solicitadas, era Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos. En 1980 se rebautizaron como Abuelas de Plaza de Mayo, el nombre que la gente empezaba a darles mientras seguían reuniéndose todas las semanas en la plaza. Por su propia cuenta, empezaron a redactar recursos de habeas corpus que presentaban a los jueces. Escritos en una vieja máquina de escribir, uno de los pocos elementos rescatados de la casa de Chicha Mariani, estos documentos representaron los primeros resultados visibles del proceso de organización de las Abuelas.17

Gran parte de sus primeras actividades estaba centrada en los juzgados de menores, porque sospechaban que la mayoría de los niños habían pasado por ellos antes de ser adoptados, entregados en guarda o trasladados a institutos de menores. Las Abuelas visitaban los tribunales y a los jueces de menores de la provincia de Buenos Aires y escribían a los jueces del resto del país. La actitud de los magistrados era de desinterés o bien de abierta hostilidad. Finalmente se comprobó que muchos de ellos habían entregado a los niños en adopción sin investigar sus orígenes ni sus historias familiares. En 1984, uno de esos mismos jueces actuó de abogado defensor de un policía que se había quedado con uno de los niños.18 La doctora Delia Pons, juez de un juzgado de menores de Buenos Aires, manifestaba con particular estridencia su hostilidad hacia las Abuelas:

Estoy convencida que sus hijos eran terroristas, y terrorista es sinónimo de asesino. A los asesinos yo no pienso devolverles los hijos porque no sería justo hacerlo. No tienen derecho a criarlos. Tampoco me voy a pronunciar por la devolución de los niños a ustedes. Es ilógico perturbar a esas criaturas que están en manos de familias decentes que sabrán educarlos como no supieron hacerlo ustedes con sus hijos. Sólo sobre mi cadáver van a obtener la tenencia de esos niños.19

Las Abuelas empezaron a acumular pruebas convincentes de que sus nietos todavía estaban vivos y habían sido entregados en adopción a familias relacionadas con el régimen, o bien habían ingresado como nn en instituciones de menores. Por ejemplo, en diciembre de 1976 Chicha Mariani había recibido un llamado telefónico de un conocido que quería encontrarse con ella en el mayor de los secretos:

Me llama una persona que yo aprecio, que tenía una noticia que darme, muy muy importante, pero con muchísimo miedo. […] Me dijo que él sabía que la nena estaba viva y que el jefe de policía de la seccional de la zona donde fue el operativo lo había criado él, de manera que era como un padre. […] Yo me fui a ver al comisario. […] Me dijo que la nena estaba viva, pero que él lo iba a negar siempre […] y que cuando yo salía de ahí era como si no hubiéramos hablado.

De manera similar, un obispo auxiliar de La Plata, monseñor Picchi, le dijo al marido de Alicia de de la Cuadra que su hija había dado a luz en cautiverio, que el niño había sido entregado a una familia muy influyente y que no se podía hacer nada más.20

Apremiado por las Abuelas, el político Mario Amadeo informó que se había realizado una reunión entre quienes podríamos llamar los “padres actuales” de los niños desaparecidos e importantes miembros de las fuerzas armadas, para comprobar sus reacciones ante la idea de devolverlos. Pero los padres actuales, tras negar el origen de sus hijos, afirmaron unánimemente que nunca los entregarían.21

En julio de 1978, las Abuelas escribieron a la Corte Suprema de la Argentina en un intento por reclamar a sus nietos desaparecidos. En previsión de los problemas que iban a surgir si los niños eran “legalmente” adoptados, solicitaron a la Corte que prohibiera la adopción de niños registrados como nn y exigiera investigaciones exhaustivas sobre los orígenes de los menores de tres años o menos que habían sido entregados en adopción desde marzo de 1976. La Corte se negó a recibir el caso, declarándose incompetente para tratar el problema y afirmando que la “separación de los diferentes poderes del estado” justificaba su inacción.22

El 5 de agosto de 1978, Día del Niño, uno de los grandes diarios de Buenos Aires se arriesgó a publicar una carta abierta de las Abuelas dirigida a quienes tuvieran nietos. Titulada “Llamado a la conciencia y a los corazones”, recordaba a los lectores de La Prensa que los niños tenían el derecho fundamental de reunirse con sus abuelas, quienes, fuera como fuese, los buscarían por el resto de sus vidas.23 Este documento puso a las Abuelas francamente ante la mirada de la opinión pública. Ya no podían negarse ni su existencia ni sus intenciones. Sus búsquedas individuales habían convergido y creado un movimiento. La carta abierta, reproducida miles de veces, estremeció al mundo. En Europa —particularmente en Italia y España, donde muchos argentinos tienen familiares—, las reacciones, intensas, oscilaron entre la incredulidad y la indignación. Este documento marcó el inicio de lo que sería una oleada de atención y respaldo internacionales al trabajo de las Abuelas.

En agosto de 1978, Estela Barnes de Carlotto, la actual presidente de la asociación, se incorporó al grupo. Su hija Laura, de 22 años y miembro de los Montoneros, tenía un embarazo de dos meses cuando la secuestraron. Permaneció en un campo clandestino de detención hasta que la mataron. Por el testimonio de prisioneros liberados, Estela de Carlotto se enteró de que su hija había dado a luz a un niño mientras estaba en cautiverio. Recuerda el día que supo que Laura estaba muerta:

El 25 de agosto de 1978, nos citan en la comisaría de Isidro Casanova en La Matanza, para decirnos que Laura había sido muerta. Y toda la historia ésa mentirosa, que había sido un operativo, bueno, la pudimos velar, no pudimos hacer la autopsia, no conseguí un médico que me certificara cómo murió. […] La tuve que enterrar con la historia de los milicos.24

Estela de Carlotto y Chicha Mariani compartían una historia fatídica: la hija de aquélla y el hijo de ésta, también montonero, eran íntimos amigos. Él había sido asesinado luego de ayudar a Laura a mudarse, y ella era la informante anónima que llamó a Chicha para comunicarle la muerte de su hijo. Cada una de las madres tenía información que contribuía a llenar lagunas en la historia del hijo de la otra. Con sus fuertes y carismáticas personalidades, se convertirían en los años venideros en un equipo imparable en favor de la causa de las Abuelas.

El estilo de trabajo de las Abuelas era cooperativo e informal. Trabajaban en equipos, y cuando visitaban a los jueces iban de a tres. Chicha Mariani solía escribir las cartas y anuncios públicos. Como vivían alejadas unas de otras, cuando era muy engorroso juntar sus firmas, Chicha se encargaba de llevar hojas en blanco que todas firmaban; el texto de la carta se agregaba después.

Cuando su trabajo comenzó a ser conocido y respetado, se tornó necesario crear algún tipo de estructura que les permitiera atender con eficacia a su red de simpatizantes. Conformaron una junta directiva, cuyos miembros se elegían anualmente. La primera presidente, en 1978, fue Alicia de de la Cuadra; cuando ésta se marchó a Italia por un período prolongado, la reemplazó Chicha Mariani, con Estela de Carlotto como vicepresidente. En 1989, Estela fue elegida tercera presidente de las Abuelas. Rosa Roisinblit recuerda cómo llegó a ser tesorera, un cargo que ejerció durante siete años:

El primer país que nos ayudó, el pueblo que nos ayudó, fue el de Canadá. Recibimos la ayuda del Canadá por intermedio de una institución que se llama Desarrollo y Paz [Development and Peace] y nos llegaron diez mil dólares. […] Para nosotras era una suma súper, entonces fuimos tres personas, fuimos a retirar del Banco de Canadá esa suma, entonces con todo cuidado nos repartimos entre las tres un poquito cada una el dinero y empezamos a conversar y dijimos: “Bueno, ¿qué hacemos? ¿Adónde metemos esta plata?” […] Y yo así, un poquito temerosa, dije: “Miren, tengo una caja de seguridad en un banco, si ustedes quieren, si confían en mí, yo puedo guardar esa plata en la caja de seguridad y a medida que vayamos necesitando voy a ir sacando”, y ellas aceptaron. Yo llevé ese dinero a mi caja de seguridad y a medida que necesitábamos el dinero, fui sacando. […] A medida que fue entrando dinero después de otras instituciones, fue también a parar a mi caja de seguridad y así me transformé en la tesorera de la institución. Cuando se formó la comisión directiva, entonces, como yo ya manejaba el dinero, yo fui la tesorera.

Abuelas de distintos lugares del país se incorporaron a la organización. Pronto tenían contactos y filiales en otras ciudades, incluidas Mar del Plata y Rosario, y en las provincias de Córdoba, Tucumán y La Rioja. Otilia Lescano de Argañaraz, una abuela de Córdoba, se unió a la organización en 1977, luego de la desaparición de su hija:

Mi hija estaba embarazada de seis meses. Por testigos que la han visto sabemos que la trataron con mucha consideración, cuando mi hija tiene un amago de pérdida, ya le dan colchón, vitaminas, alimentos y de todo […] porque ponían los ojos en los niños. Las hacían creer que las iban a liberar. […] En Córdoba trabajamos contra viento y marea, porque hay una escasez de recursos única […], mucho tiempo hemos estado funcionando Abuelas en mi casa por no poder pagar el alquiler. […] Las abuelas de Córdoba, de España, nos regalaron una máquina de escribir, por suerte, si no no hubiésemos tenido ni una máquina de escribir.25

Cuando la organización de las Abuelas cobró cuerpo y se hizo cada vez más visible, empezaron a llover las amenazas. Un hombre enmascarado al volante de un auto siguió a Chicha Mariani. Otro automóvil estuvo a punto de atropellar a Alicia de de la Cuadra. Emma Spione de Baamonde, que buscaba a su nieto de tres años, descubrió las paredes de su edificio cubiertas con enormes pintadas rojas que decían “madre de un subversivo, madre de un comunista”, y recibió amenazas de muerte por teléfono. Cuando un policía se presentó en su casa para interrogarla sobre su participación en las actividades de las Abuelas, contestó con aplomo: “Sí, integro el plantel de Abuelas de Plaza de Mayo. ¿Y qué pasa con eso? Yo soy dueña de hacer lo que me da la gana con mi vida. No molesto a nadie, no jorobo a nadie y tengo que buscar a mi hijo. […] ¿Usted sabe lo que es buscar un hijo?”26 Un oficial del ejército advirtió a Julia de Grandi, una mujer que buscaba a su nieto, que se mantuviera al margen de las Abuelas de Plaza de Mayo si quería encontrar al niño. Ella le contestó:

Mire, coronel, quería comunicarle que ésta es la última vez que vengo a verlo. Me he unido a las Abuelas y desde hoy yo también voy a ir a la Plaza de Mayo. ¿Y sabe porqué? Porque a mí, sola, los jueces no me reciben. Y a las Abuelas, sí.27

Antonia Acuña de Segarra, una abuela de Mar del Plata, recuerda:

Recibíamos amenazas por teléfono en mi casa. […] Una vez dijeron que yo vaya al cementerio, que allí me iban a decir qué es lo que hicieron con mis hijos. […] En otra oportunidad, cuando amenazaron a varias Madres en Mar del Plata, a mí me llegó una carta del comando, diciendo que en cualquier momento yo también iba a desaparecer. Ya a uno le sacaron lo mejor de uno, le arrancaron totalmente todo, así que las amenazas nunca las tomé en cuenta.28

Ninguna de las Abuelas desapareció. En su opinión, el reconocimiento y respaldo que recibieron de organizaciones internacionales y gobiernos extranjeros impidieron sus propias d esapariciones y les permitieron proseguir con su trabajo.

Las Abuelas acuñaron la expresión desaparecidos con vida* para describir la situación de los niños robados. Como parte integrante del movimiento por los derechos humanos de la Argentina, su asociación busca la verdad y la justicia en muchos frentes, pero su objetivo primordial es la identificación de estos menores y la reintegración a sus familias. Las Abuelas sienten una gran urgencia, porque saben que cada día que pasa es un día más en que sus nietos se socializan en un mundo con un conjunto de valores radicalmente diferentes de los que sus padres imaginaron para ellos.

Llamamientos a la Iglesia Católica

Las Abuelas, muchas de las cuales eran católicas practicantes, buscaron apoyo y solidaridad en miembros influyentes de la Iglesia Católica. Con pocas excepciones, la Iglesia ignoró sus inquietudes. Entre los dignatarios a quienes escribieron se contaban el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, cardenal Raúl Primatesta; el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Juan Carlos Aramburu; y el nuncio papal, arzobispo Pio Laghi.

En una de sus visitas a este último, tuvieron una confirmación adicional de sus sospechas. En un intento por tranquilizarlas, el secretario del arzobispo les dijo: “Señoras, yo pienso que ustedes no deberían preocuparse por el futuro y por la suerte corrida por sus nietos.  Quienes los tienen en sus manos, han pagado tanto por ellos, que evidentemente demuestran, con esa actitud, ser gente de muchos recursos.  Por ende, los chiquitos jamás padecerán las privaciones que impone la pobreza.  Es más, yo diría que tienen el futuro asegurado” 29

Las Abuelas buscaron la ayuda de los sacerdotes que conocían personalmente. Chicha Mariani fue a ver a monseñor Montes, un obispo auxiliar del arzobispo de La Plata, que había estado presente en la boda de su hijo. Al principio la recibió cordialmente, pero su cortesía fue efímera; finalmente le gritó, la acusó de no tener suficiente fe e insistió en que la solución estaba en la plegaria. Chicha también acudió a monseñor Emilio T. Grasselli, un capellán militar que tenía la reputación de ser aliado de las miles de familias que buscaban a sus parientes desaparecidos. Monseñor Grasselli admitió que su nieta estaba “ubicada muy alto”, pero le dijo que no se podía hacer nada.30 Hoy se sospecha que este sacerdote desempeñó un doble papel. A la vez que parecía sinceramente interesado en ayudar a los familiares, recogía información, verificaba las relaciones de parentesco, suscitaba confusión y trataba de aplacar a las familias de los desaparecidos. Emilio Mignone, un católico que analizó el papel de la jerarquía eclesiástica durante la represión, no tiene dudas: “Dado el conocimiento que Grasselli llegó a tener de los hechos merced a su contacto diario con centenares de testigos, sólo puede pensarse que cumplió, bajo las directivas del vicario, una función cómplice dentro del engranaje siniestro de la acción genocida”.31

Cuando la Abuela Mirta Baravalle solicitó a un sacerdote que celebrara una misa por su hija desaparecida, el cura se negó, porque no quería mencionar las desapariciones en público. Mirta recuerda:

Yo le pregunté si no sabía lo que estaba pasando en la calle. “Yo no sé nada ⎯me dijo⎯, no sé de lo que está hablando, me dedico a las almas que es la misión de la Iglesia.” No pude contenerme. Lo agarré violentamente de un brazo, lo empujé hasta la puerta y le grité que si no sabía nada saliera a averiguarlo. Sorprendido y agitado, me dijo: “Señora, señora, cálmese, no grite, a ver si a usted también le pasa algo”.32

Las Abuelas comprendieron finalmente que si bien ciertos miembros jerárquicos de las filas de la Iglesia Católica conocían la suerte de algunos de los niños desaparecidos, no denunciarían abiertamente los delitos cometidos. Decidieron entonces ejercer presión sobre la Conferencia Episcopal, el organismo más poderoso de la Iglesia argentina. Desde abril de 1978 en adelante, las Madres y las Abuelas se reunieron habitualmente en el lugar de las afueras de Buenos Aires donde la cea realizaba sus deliberaciones. Policías fuertemente armados protegían a los obispos mientras las mujeres trataban, infructuosamente, de entregarles sus petitorios. Una abuela comentó con amargura: “¿Qué pueden saber estos hombres de nuestro dolor? Nunca sabrán qué significa tener un hijo”.33

En enero de 1978, las Abuelas intentaron llegar al papa Pablo vi. La carta que le enviaron todavía espera una respuesta:

Nos dirigimos a su santidad con el fin de suplicarle, en el nombre de Dios, quiera interceder ante quien considere conveniente para que nos sean restituidos nuestros nietitos, desaparecidos en la República Argentina. Somos algunas de las mujeres argentinas que hemos sufrido la desaparición o muerte de nuestros hijos en estos últimos dos años. Y a este desgarrador dolor de madres se ha agregado el dolor de privarnos de los hijos de nuestros hijos, recién nacidos o de algunos meses de edad. No entendemos esto. Nuestra razón no alcanza a comprender por qué se nos somete a una tortura. Somos madres cristianas, que no sabemos si nuestros hijos están vivos, muertos, sepultados o insepultos. No tenemos el consuelo de dirigirles una mirada, si están en prisión, o rezar ante su tumba si han sido muertos. Pero nuestros nietitos también han desaparecido: Herodes no ha vuelto a la tierra, por lo tanto alguno los esconde, no sabemos con qué fines. ¿Están en orfanatos? ¿Fueron regalados o vendidos? ¿Por qué deben crecer sin amor, cuando sus abuelitas tienen tanto amor para ayudarlos a crecer queriendo a sus semejantes? En algunos casos, la criatura por quien clamamos es nuestro único descendiente: no queda horizonte para nosotras, sólo abismos de dolor renovados diariamente en nuestra incesante búsqueda de esos inocentes, que ya dura meses y hasta más de un año. Hemos llamado a todas las puertas pero no hemos obtenido respuesta. Por eso nos permitimos rogar a Su Santidad para que interceda para poner fin a este Calvario que estamos viviendo.34

Cada vez que las Abuelas viajaban a Italia, solicitaban audiencia con el Papa. Chicha Mariani recuerda:

En una oportunidad con Licha [Alicia de de la Cuadra], fuimos y pedimos audiencia. […] Nos dijeron que tratáramos de estar en la primera fila, que el Papa nos iba a ver. Entonces nos hicimos nuestro letrerito, que decía “Abuelas de Plaza de Mayo”, y nos instalamos en primera fila. Cuando el Papa venía, con sus hombres de negro atrás, le dijeron algo al Papa, y el Papa nos salteó, las únicas que salteó. Saludó a las anteriores […], iba dando la mano, y pasó sobre nosotras dos y les dio la mano a las otras. Fue un golpe terrible. […] Cada vez que fuimos a Roma pasamos por el Vaticano y pedimos audiencia. Cada vez que fuimos dejamos una carpeta, con los testimonios de los casos. […] Pero en resumidas cuentas, el Papa nunca hizo nada, nunca habló por los chicos, nunca. Fue una gran decepción.

Las Abuelas fueron finalmente recibidas por el papa Juan Pablo II en noviembre de 1997.

Nélida Gómez de Navajas, católica practicante, comenta:

He estado muy triste y muy muy desolada, con respecto a mi propia religión, porque no ha sido coherente en ninguna forma […] a ellos mismos les han matado cualquier cantidad de sacerdotes y no levantaron nunca la voz, todavía daban razón, de que tenían razón los otros. […] Pienso en esos curitas que están en las villas, que no llevan sotana y están poniendo ladrillos y están yendo y apoyando a la gente, es la verdadera religión, que es el cristianismo, una religión de solidaridad, de amparo, no ese aparato y ese boato y esas cosas, no estoy de acuerdo con eso, pienso que hay mucha hipocresía en eso.35

Difusión y solidaridad internacionales

Las Abuelas habían declarado que su organización tenía “como finalidad localizar y restituir a sus legítimas familias todos los niños secuestrados-desaparecidos por la represión políitica”. Las manifestaciones, los llamamientos a los tribunales y la Iglesia y las solicitadas pagas en los principales diarios fueron el inicio de sus esfuerzos públicos en la Argentina.36 Pronto, sin embargo, empezaron a extenderse al resto del mundo. Al comprender que la imagen del gobierno argentino se deterioraba rápidamente en el exterior, las Abuelas recurrieron a las presiones internacionales como ayuda para su causa. Se convirtieron en grandes comunicadoras, que escribían abundantemente a grupos internacionales de derechos humanos, organizaciones internacionales, embajadas extranjeras, diarios y políticos prominentes. El Vaticano, las Naciones Unidas, el Consejo Mundial de Iglesias y la Organización de los Estados Americanos (oea) conocieron su existencia. Durante los primeros dos años de actividad, se pusieron en contacto con más de ciento cincuenta grupos internacionales y políticos de otros países.37

La presión que ejercieron sobre la oea es un buen ejemplo del impacto de su campaña de difusión internacional. En abril de 1978, las Abuelas escribieron a la sede de ese organismo en Washington, dc. Como no recibieron respuesta, volvieron a escribir cuatro meses después. Esta vez lograron que les contestaran: la oea registró su denuncia como “caso n° 3459, la situación de los niños desaparecidos”.38 Luego de la visita de la organización a la Argentina en 1979, tras la cual la oea publicó su informe, salió a la luz el caso de la nieta de Chicha: por primera vez, el organismo alertaba a la comunidad internacional de derechos humanos sobre el tema de la desaparición de niños. Las Abuelas testimoniaron con frecuencia ante las asambleas de la oea y sostuvieron extensas discusiones con el comité ejecutivo y su secretario, el doctor Edmundo Vargas Carreno. Casi diez años después de su contacto inicial con la organización, la Asamblea General de la oea resolvió en 1987, por consenso, considerar oficialmente a los niños en su siguiente convención sobre desapariciones.39 Por fin, el prolongado e inflexible trabajo de las Abuelas daba sus frutos.

Lo más importante es que, prácticamente sin recursos, comenzaron a viajar y contar sus historias ante una amplia variedad de públicos, desde estudiantes universitarios y grupos de mujeres a primeros ministros y presidentes de estados extranjeros. En 1979 lograron establecer una conexión muy importante con el Comité por la Defensa de los Derechos Humanos en el Cono Sur (clamor), una organización brasileña de derechos humanos creada con los auspicios del arzobispo Evaristo Arns en San Pablo. Jaime Wright, ministro presbiteriano y uno de sus fundadores, se convirtió en uno de sus más leales aliados y simpatizantes.40 clamor conectó a las Abuelas con exilados argentinos que vivían en Brasil y les abrió sus archivos. Eso les dio acceso a los testimonios de docenas de sobrevivientes de los campos clandestinos de detención, que las Abuelas copiaron e introdujeron subrepticiamente en la Argentina. Los sobrevivientes confirmaban la presencia de niños en los campos y afirmaban que eran usados como rehenes. Describían las torturas de mujeres embarazadas, su angustia por tener que dar a luz en cautiverio y su ansiedad con respecto al destino de sus criaturas.41 Por una pareja que había estado en La Cacha, Estela de Carlotto se enteró de que su hija Laura, esposada, había tenido un varón al que llamó Guido, como el padre de la joven. También se enteró de que le habían hecho creer que pronto sería liberada y que su madre se había negado a aceptar al niño.42

En agosto de 1979, un suceso electrizó a las Abuelas. Dos niños desaparecidos —Victoria y Anatole Julien Grisonas, de cuatro y seis años— fueron hallados en Valparaíso, Chile, donde vivían desde hacía dos años con una pareja que los había adoptado, ignorante de sus orígenes.43 Chicha Mariani había enviado una foto de los niños ⎯miembros de una familia uruguaya que se había refugiado en la Argentina y fue secuestrada en 1976⎯ a clamor, que la publicó en un boletín. Una chilena residente en Valparaíso vio la foto y reconoció a los niños.44 El varón recordaba su verdadero nombre, el de su hermanita y su dirección en la Argentina. Recordaba además que los habían agarrado unos hombres con “pistolas grandes” y que después de un “viaje largo en un auto grande, tía Mónica” los había dejado en una plaza. Dijo que su madre no “se sentía bien”; en realidad, se sentía tan mal que se había caído al suelo y tenía manchones rojos en todo el cuerpo… También se acordaba del cruce de unas montañas muy altas cubiertas de nieve (los Andes, la cordillera que separa a la Argentina de Chile) antes de llegar a Valparaíso.45

clamor dispuso que un exilado uruguayo que había conocido a la familia fuera a Valparaíso e identificara a los niños. Las dos abuelas fueron informadas y una de ellas viajó a la ciudad chilena, junto con un abogado de clamor, para conocerlos. El vigoroso respaldo del cardenal Arns a la obra de las Abuelas contrastaba pronunciadamente con el silencio y la complicidad de sus pares argentinos. Las abuelas decidieron que los niños debían seguir viviendo con sus padres adoptivos, y se dispuso un régimen de visitas amplio.

En consulta con las Abuelas, clamor elaboró otros proyectos. Durante tres años seguidos, la organización publicó y distribuyó ampliamente un calendario con fotos en colores e información en cuatro idiomas sobre todos los niños desaparecidos denunciados; también editó un libro con la lista más completa de personas desaparecidas en la Argentina. Esa nómina sería de gran utilidad para el trabajo de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (conadep) en 1984.

El caso de los niños Julien Grisonas confirmó las corazonadas de las Abuelas. Sí, había una red que coordinaba las fuerzas represivas en la Argentina, Uruguay y Chile y que había hecho posibles esos secuestros. Pero como estos dos niños estaban vivos, había motivos para la esperanza: otros debían haber recibido un trato similar, y ellas los encontrarían.

En 1982 las Abuelas viajaron a Ginebra, en busca de una institución que las ayudara a hacer una presentación ante la Comisión de Derechos Humanos de la onu. Cuando supieron de la existencia del Movimiento Internacional por la Unión Fraternal entre las Razas y los Pueblos (ufer), una organización no gubernamental que gozaba de un estatus consultivo en el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, solicitaron su incorporación a ella.46 Hacia 1984 habían viajado al extranjero más de cuarenta veces, sobre todo a Brasil y a Ginebra para asistir a las sesiones de la onu sobre derechos humanos. Fueron particularmente fructíferas sus visitas a Alemania y Austria, donde la amplia publicidad que se dio a su búsqueda resultó en una profusión de apoyo emocional y económico.

El permanente interés de los grupos internacionales, las comunidades religiosas, las organizaciones municipales y los intelectuales de todo el mundo creó una red que permitió a las Abuelas acumular recursos y recoger informaciones, cosas que fueron de gran ayuda para su trabajo. Sus viajes al exterior galvanizaron la atención internacional y las ayudaron a establecer conexiones útiles. También las pusieron en contacto con exilados argentinos y sobrevivientes de los campos secretos de detención que, como en el caso de la hija de Estela de Carlotto, tenían información crítica sobre el destino de sus hijos y nietos.

Las Abuelas se convierten en detectives

Estimuladas por el éxito de clamor en el hallazgo de los niños Julien Grisonas, las Abuelas avanzaron en su proceso de transformación en detectives, siguiendo todas las huellas e investigando cualquier pista posible. Paulatinamente, empezaron a recibir datos; alguien les entregaba un papel con una dirección en alguna de las marchas de los jueves en Plaza de Mayo; una Abuela recibía un llamado anónimo en su casa; el contestador automático de la oficina del grupo grababa un mensaje sobre un niño que se parecía a uno de los que estaban buscando. Emma Baamonde recuerda cómo empezó a buscar a los niños:

Venía la gente, hacía la denuncia y vigilábamos la calle. Si la mujer tenía una peluquería íbamos a la peluquería, tratábamos de arreglarnos el cabello. Una vez tuve que ir a una pedicura con otra Abuela. Mientras nos arreglaban los pies, le sacábamos informaciones. Así era como se hacía la investigación, vigilando, vigilando. […] Como hormigas, como espías. […] Y nos entrenamos solitas.

Chicha Mariani resume su estilo de trabajo:

No hay nada que no intentemos para saber algo sobre los chicos. Cuando tenemos algunos indicios de que una familia es sospechosa de haber adoptado ilegalmente a un niño, empezamos a seguirla muy de cerca. Hubo casos en que algunas de nosotras se ofrecieron a trabajar como empleadas domésticas para poder entrar en la casa. En otro caso, uno de los abuelos se hizo pasar por un plomero que buscaba trabajo.

Pero la ayuda más grande viene de la gente. Periódicamente publicamos información en los diarios acompañada por fotos de los chicos desaparecidos, y hay personas que se presentan con información sobre ellos. Cuando no podemos acercarnos a los niños, hasta usamos un teleobjetivo para seguirlos a distancia.47

Las investigaciones de las Abuelas contribuyeron a crear lo que podríamos llamar una “metodología de la esperanza”. Decididas a encontrar a los niños, se convirtieron en expertas en rastrillar el área donde se produjo una desaparición y en verificar todas las pistas. También tuvieron que aprender a protegerse, saber qué medidas mínimas de seguridad debían tomar, cómo conectarse con personas que conocían a la familia donde podía estar un niño y quién podía suministrar información, cómo vencer la resistencia de los vecinos y acercarse al niño o la familia en cuestión sin despertar sospechas.48

Cuando el volumen y la complejidad de su trabajo aumentaron, decidieron formar equipos (legal, médico-psicológico e investigativo) para tratar la multitud de detalles que surgían de cada caso. Rosa Roisinblit explica:

Al principio nosotras hacíamos solas las investigaciones. […] Llegó un momento que ya fuimos muy conocidas, nuestras caras fueron conocidas y ya no pudimos ir nosotras a hacer las investigaciones. […] Entonces armamos un grupo, un equipo de investigación, a medida que fue avanzando el tiempo la institución se abrió, como un abanico digo yo siempre, y se conformaron distintos equipos. No solamente el de investigación, porque cuando empezamos a tener las denuncias de dónde podían estar nuestros nietos, necesitábamos gente con capacidad jurídica para presentar los reclamos ante la justicia, entonces se formó un equipo jurídico. […] Luego vino el hecho de que las familias, nosotras mismas estábamos en un estado tan deplorable desde el punto de vista psíquico, que necesitábamos asistencia psicológica. […] Y también necesitábamos para los niños que fuimos recuperando asistencia psicológica para ellos, entonces se formó un equipo de psicólogos, que hacía la asistencia psicológica para algunas Abuelas que lo necesitaban, para el niño que era restituido y para la familia que recibía al niño.

En marzo de 1980, las Abuelas tuvieron la recompensa del primer éxito en su patria: dos hermanas, Tatiana Ruarte Britos y Laura Malena Jotar Britos, que habían desaparecido en 1977, fueron localizadas en una familia que las había adoptado de buena fe. El mismo juez que tres años antes las había entregado en adopción se puso ahora en contacto con su abuela paterna y le pidió que identificara a las niñas. En la larga experiencia de las Abuelas, éste era el único ejemplo de un juez capaz de cambiar su parecer y reconocer la legitimidad de sus demandas. Sin embargo, el juez fue extremadamente cauto y exigió una prueba incontrovertible del origen de las hermanas. Las Abuelas enfrentaban un problema crucial, ya que comprendían que localizar a los desaparecidos sólo era el primer paso. Ahora debían probar ante los jueces que estas niñas eran efectivamente sus familiares. Viejas fotografías y muestras de cabellos no se consideraron pruebas suficientes. ¿Qué pasaba, por otra parte, con los bebés que habían nacido en cautiverio, de los que no quedaba nada tangible? ¿Cómo podían identificarse? Chicha Mariani lo explica:

El dilema que enfrentábamos había nacido de la incertidumbre de cómo identificaríamos a las primeras dos niñas que ubicamos en 1980. Teníamos fotos y otras pruebas, pero no eran suficientes. El juez quería más. Habían pasado tres años desde su secuestro y eran más altas y, por supuesto, habían crecido. Así que nos preguntamos: “¿Qué vamos a hacer con los niños que nacieron en los centros de detención?” En algunos casos, no conocíamos su sexo y ni siquiera de quiénes eran. Bueno, pensamos en todo lo posible. Por ejemplo, yo tenía mechones de pelo de mi nieta de antes de que la secuestraran. Los envié a Amnistía Internacional para ver si podían usarlos para identificarla. Recibí una respuesta en que decían que iba a ser difícil, en especial porque el pelo había sido cortado muchos años atrás y no contenía folículos. Otras abuelas preguntaron: “Tengo un diente de leche que guardé de mi nieto; ¿podría usarse para identificarlo?” Entonces, un día de 1981 leí en El Día, un diario de La Plata, un artículo que decía que los científicos habían descubierto una manera de identificar a una persona gracias al análisis de la sangre. Bueno, no entendí todos los términos científicos, pero la esencia era que en la sangre había un elemento que se repetía sólo dentro de la misma familia. Lo recorté. Y cuando viajaba al exterior lo llevaba conmigo. Preguntaba a los científicos, los médicos y las instituciones científicas si este nuevo descubrimiento podría ayudarnos a identificar a nuestros nietos desaparecidos.49

Ayuda científica: un análisis

Después de que Chicha Mariani se enterara de que el análisis de sangre hacía posible establecer el lazo biológico entre un niño y sus padres, las Abuelas, durante sus viajes al extranjero, empezaron a consultar a los científicos sobre la factibilidad de elaborar una prueba que mostrara una filiación biológica aun cuando los padres estuvieran muertos. Los argentinos en el exilio demostraron una vez más su utilidad. El doctor Víctor B. Penchaszadeh, actualmente profesor de pediatría en el Albert Einstein College of Medicine de Nueva York, se había marchado de la Argentina en 1975, luego de que la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) intentara secuestrarlo en pleno día en el centro de Buenos Aires. En noviembre de 1982, un grupo de Abuelas que visitaban los Estados Unidos se pusieron en contacto con él. Penchaszadeh lo recuerda así:

Las Abuelas vinieron acá [Nueva York], cuando estaban haciendo las gestiones en Naciones Unidas, con toda esta cosa de buscar a los chicos, de ver si había análisis. Ellas tenían mi nombre, como genetista, como miembro del aisc [Argentine Information Service Center], de derechos humanos. Me llamaron en noviembre del 82 y nos juntamos una tarde en un café. Yo sabía de Abuelas y el tema de los chicos desaparecidos. No sabía los detalles ni la magnitud ni toda la información que estas mujeres tenían. Ellas tenían mucha información, todavía era la época de la dictadura. Estaban trabajando bajo amenazas, todavía no había salido mucho a la luz pública. […] La pregunta clave que ellas tenían era cómo se podía saber, si ellas encontraban un chico, que era el chico que estaban buscando. Yo ahí les dije que era algo que tenía sus antecedentes en los análisis genéticos de paternidad, había las pruebas de paternidad. […] Esto, lo único que requería para el objetivo de las Abuelas era un tratamiento estadístico de la información, estadístico matemático, teniendo en cuenta que en este caso particular, los padres no estaban, estaban desaparecidos. […] Entonces yo empecé a buscar […] interesé a genetistas que se ocupaban de marcadores genéticos en sangre. Hablé con el doctor Fred Allen del New York Blood Center y nos reunimos con él y las Abuelas.50

El doctor Allen coincidió en que con una fórmula matemática apropiada, podría elaborarse un análisis de “abuelidad”. La reunión con Allen confirmó la solidez de la idea de las Abuelas y fortaleció enormemente su decisión de encontrar un respaldo científico para su trabajo. Con su persistencia característica, iniciaron una búsqueda internacional de científicos que pudieran ayudarlas. Tras seguir todas las pistas, consiguieron finalmente que su idea se convirtiera en realidad.

En octubre de 1983, durante uno de sus viajes a Washington, las Abuelas se reunieron con Eric Stover, director del programa de ciencia y derechos humanos de la American Association for the Advancement of Science (aaas). Otra argentina que vivía en los Estados Unidos, Isabel Mignone (hija de Emilio Mignone), había concertado el encuentro. El propio Stover había sufrido una breve “detención” durante un viaje a la Argentina en 1976. Su reacción fue de apoyo y atención inmediatos cuando las Abuelas le hicieron una pregunta: ¿cómo podían aplicarse los análisis genéticos para determinar la abuelidad? Stover recuerda: “Las Abuelas vinieron a mi oficina y empezamos a hablar. Nunca lo olvidaré. Ya habían visto a Penchaszadeh. Discutí la cuestión con Cristian Orrego, un científico chileno que trabajaba en los nih [National Institutes of Health], y él se puso en contacto con investigadores de Stanford, que lo derivaron a Mary-Claire King, una genetista de Berkeley, California, como una persona que podía ayudar a elaborar el tratamiento estadístico necesario”.51

Orrego, a su turno, quedó impresionado por la creatividad de las Abuelas: “La idea que tenían las Abuelas, y que efectivamente les pertenecía, consistía en usar la genética para confirmar una prueba circunstancial”.52 También Mary-Claire King creía que los marcadores genéticos podían usarse para establecer la abuelidad con un alto grado de certeza.

En 1983, luego de que Raúl Alfonsín asumiera la presidencia de la nación, la conadep ordenó la excavación de cientos de tumbas colectivas. Las exhumaciones se realizaron de una manera insensible y primitiva, ya que cientos de huesos se apilaban junto a las tumbas abiertas, lo que hacía imposible cualquier identificación. En febrero de 1984, las Abuelas se reunieron con la conadep e instaron a la comisión a ponerse en contacto con Eric Stover en la aaas, para solicitarle su asesoramiento sobre los procedimientos adecuados que había que emplear.53

En junio de 1984 la aaas envió una delegación de científicos forenses para colaborar en las exhumaciones y hacer recomendaciones con respecto a la identificación de los desaparecidos. Las Abuelas insistieron en que Mary-Claire King se sumara a ellas para trabajar en el análisis genético. La conadep, que empezaba a interesarse en las pruebas genéticas, había concertado anteriormente una reunión entre las Abuelas y dos científicos argentinos que eran expertos en la materia. Las Abuelas los rechazaron: uno de ellos trabajaba en un hospital militar, lo que generaba un conflicto potencial de intereses que podía poner en peligro la totalidad del trabajo. Las Abuelas habían compartido con Allen y sus colegas su reticencia a trabajar con los científicos argentinos sugeridos por la conadep y su preocupación por la falta de expertos genéticos en el país. El doctor Pablo Rubinstein (chileno) les había informado entonces que la doctora Ana María Di Lonardo, jefe de la unidad de inmunología del Hospital Durand de Buenos Aires, tenía un laboratorio completamente equipado para llevar adelante la tarea de identificación necesaria.54 Cuando Mary-Claire King llegó a la Argentina, las Abuelas la presentaron a Di Lonardo, y ambas colaboraron en el desarrollo de la fórmula matemática de los análisis.55 King quedó impresionada por las instalaciones, el espíritu cooperativo del laboratorio y la idoneidad de los científicos argentinos.56

Cuando King se unió a ellos, el equipo de Di Lonardo acababa de completar los aspectos biológicos del caso de una niña de ocho años, Paula Logares, que vivía con un policía y a quien las Abuelas habían identificado como nieta de una de ellas. Mediante el análisis genético y con la aplicación de la nueva fórmula matemática, se estableció con un 99,95 por ciento de certidumbre que se trataba, en efecto, de la nieta de Elsa Pavón de Aguilar. Paula se convirtió así en la primera niña secuestrada a la que se identificaba gracias al análisis genético. Sobre la base de éste y de pruebas circunstanciales, fue restituida a su familia de origen.

De inmediato resultó evidente que la prueba genética sería un método decisivo que los jueces podrían ordenar en futuros casos de niños localizados. Las Abuelas habían alcanzado su meta. El saber científico había ratificado la corazonada de Chicha Mariani, y en lo sucesivo su trabajo de investigación podría desarrollarse con un fundamento más firme. Ahora sería posible apelar a pruebas empíricas y objetivas para convencer a jueces antes escépticos. Frente a esta nueva información, la Comisión de Derechos Humanos del gobierno y la Secretaría de Salud Pública de la ciudad de Buenos Aires establecieron una comisión técnica para supervisar la implementación del análisis genético. Irónicamente, el doctor Penchaszadeh, que antaño había huido de la Argentina para salvar la vida, pasó a ser asesor del organismo.

El Banco Nacional de Datos Genéticos

Las Abuelas movieron activamente influencias en favor de la creación de una base de datos genéticos a fin de almacenar permanentemente la información genética de las familias que buscaban a los niños desaparecidos, porque no había manera de saber cuándo se encontraría al último de ellos. Las Abuelas se empeñaron en que el análisis se realizara en una institución pública, tanto por una cuestión de principio como para garantizar su accesibilidad a cualquiera que lo solicitara. Les parecía que ese servicio era una reparación mínima que el estado debía a la ciudadanía, habida cuenta de su responsabilidad en la desaparición de los niños.

En febrero de 1986, luego de dos años de buscarla, las Abuelas lograron finalmente una audiencia con el presidente Alfonsín, a quien le presentaron cuatro demandas: que ordenara públicamente a todos los funcionarios oficiales que colaboraran en la tarea de restituir a los niños desaparecidos, que convocara a la población argentina a ayudar activamente a localizarlos, que se estableciera un vínculo oficial entre la secretaría presidencial y las Abuelas para facilitar la comunicación y que se enviara rápidamente al Congreso la propuesta de creación del Banco Nacional de Datos Genéticos.57 La acumulación de pruebas sobre los niños y la eficacia del análisis eran un poderoso argumento, y el presidente Alfonsín aprobó lo solicitado.

Las Abuelas, junto con una serie de organismos gubernamentales y el servicio de inmunología del Hospital Durand, redactaron una ley que fue unánimemente aprobada por el Congreso en mayo de 1987.58 Por ella se creaba un banco de datos para resolver cualquier tipo de conflicto que implicara cuestiones de filiación, incluidos los casos de niños desaparecidos. La ley especificaba que los servicios del banco serían gratuitos para los familiares de los desaparecidos; por otra parte, disponía que todos los tribunales de la nación realizaran el estudio de marcadores genéticos en cualquier niño con filiación dudosa y establecía los procedimientos que debían seguir los familiares que vivieran en el extranjero y quisieran hacer uso del banco. También determinaba que la negativa a someterse a la prueba se consideraría como una señal de complicidad en los secuestros.59 Dada la expectativa de vida promedio en la Argentina, se calcula que el banco será utilizado por los menores secuestrados por lo menos hasta 2050; podrán someterse al análisis en cualquier momento de sus vidas.

En 1987, por primera vez, una niña nacida en cautiverio fue devuelta a su familia de origen luego de que análisis genéticos realizados en el Banco Nacional de Datos Genéticos dieran pruebas de su identidad.60 Hacia 1996, dos mil cien personas habían depositado sus muestras de sangre en el banco, en representación de unos 175 grupos familiares; y gracias al trabajo de la institución, se había establecido la identidad de más de treinta niños. Esa actividad no sólo beneficia a los niños desaparecidos sino también a aquéllos cuyos padres desaparecieron (o que fueron abandonados) y sobre cuya identidad no quedó información alguna.61

Aunque todos los estudios efectuados en el banco de datos se llevan a cabo por disposición tribunalicia y el banco informa a los jueces, su trabajo y su misma existencia han estado constantemente amenazados. Las normas que lo crearon disponían que la ciudad de Buenos Aires pagara el equipamiento y el personal científicos, en tanto el Ministerio de Salud y Acción Social tendría a su cargo la provisión de los reactivos químicos y otras sustancias necesarias para el análisis. La realidad, sin embargo, ha sido diferente. La doctora Di Lonardo lo explica:

El ministerio jamás se hizo cargo, no puso jamás un reactivo […] la municipalidad cumplió en algunas cosas, mal. […]. Yo escribí al mundo y me han ayudado. Yo he tenido de parte de Francia una actitud de cooperación permanente, de comprensión, de ayuda total, desde Madame Mitterrand y su fundación hasta acat, hasta Médicos del Mundo, y varios centros científicos. […] En 1989 fui invitada por el profesor Jean Dausset, premio Nobel de medicina, a París a hacer estudios de biología molecular para adn para usar en nuestras pruebas. […] Mi relación es total con Francia.

Mantener y actualizar el banco ha sido —y sigue siendo— una trabajosa batalla, que se convirtió en una de las principales preocupaciones de las Abuelas. En septiembre de 1988, éstas se reunieron con funcionarios del gobierno para urgirlos a promulgar las leyes en respaldo del banco. Debido a la falta de recursos necesarios para realizar los análisis, el trabajo prácticamente se había interrumpido.62 En noviembre las Abuelas acudieron a una nueva audiencia con el presidente Alfonsín y le solicitaron que garantizara la asistencia económica indispensable para el funcionamiento del banco. También le pidieron que designara un fiscal especial para seguir los casos de los niños desaparecidos, a fin de apurar las investigaciones. Tras escucharlas, Alfonsín nombró una comisión para acelerar tanto a las investigaciones de estos casos como la iniciación de los procedimientos legales necesarios para resolverlos.63

Rumores incesantes sobre la estabilidad del banco generaron un clima de profunda inseguridad.64 En marzo de 1991, un juez respondió a las denuncias de un policía que había secuestrado a un niño nacido en un campo clandestino de detención ordenando a la policía federal que allanara el banco. La policía retiró muestras biológicas, y la actividad del instituto se interrumpió. Este episodio indica con claridad que aun en el régimen democrático el poder judicial argentino tiende a aliarse con los victimarios y no con las víctimas.65

Pero el banco, que propone un modelo de científicos que trabajan en favor de los derechos humanos y la justicia, tiene una misión aún más amplia. Di Lonardo pinta un panorama de lo que puede llegar a ser su futuro trabajo:

Las Abuelas han hecho una gran difusión sobre el banco, este banco tiene esa motivación histórica, de banco de desaparecidos. La ley misma tiene esa motivación histórica, pero la ley fue más allá y tomó todos los casos de filiaciones. Un 10 ó 12 por ciento del trabajo es sobre los chicos de los desaparecidos, y el resto son causas comunes, de filiación y otras causas, sencillamente penales, no causas civiles, violaciones, incestos, cosas bastante graves. […] Es un instrumento idóneo para investigar el tráfico de niños, que hay en toda América Latina, ¿pero quién lo quiere averiguar? Muchísimas veces han venido acá jóvenes para saber sus orígenes. El futuro del banco lo veo en la dirección de que aquella persona que tenga alguna duda sobre sus orígenes […] el banco tiene la posibilidad de brindarle todas las informaciones.

La ciencia forense y el trabajo de las Abuelas

En 1985, un grupo de científicos forenses reunidos por la aaas viajó a la Argentina para capacitar a científicos locales en las técnicas arqueológicas empleadas para abrir tumbas, remover esqueletos y establecer las causas de la muerte. Encabezaba el equipo el doctor Clyde Snow, un conocido antropólogo forense de Oklahoma, que participó en las tareas que condujeron a la identificación de los restos de Mengele, el científico nazi, en Paraguay. Jorgelina de Pereyra, madre de una joven desaparecida, se había enterado de que su hija de 21 años, Liliana, estaba en su quinto mes de embarazo en el momento de su secuestro. Los informes policiales decían que la muchacha había muerto en un tiroteo en julio de 1978 y que había sido enterrada en un cementerio privado. Tras la caída del régimen, la madre de Liliana empezó a examinar en los registros del cementerio las características físicas de los nn enterrados en aquella fecha. Gracias a las conexiones de las Abuelas, se enteró de la visita de los científicos forenses y solicitó la ayuda de Clyde Snow para identificar los restos de su hija. La presunta tumba de Liliana fue abierta y se examinó el esqueleto.

Los registros premortem confirmaban que la tumba era la de Liliana. Pero en contra de las afirmaciones de la policía, los estudios postmortem revelaron que la joven había muerto a causa de una herida a quemarropa en la cabeza. Su muerte, dijo Snow, tenía “todas las señales de una ejecución”. También se estableció, mediante un estudio de los huesos pélvicos, que había dado a luz a un niño en término o cerca de él, lo que confirmaba informes ya recibidos de quienes compartieron su cautiverio en la esma. Éste fue un gran avance para las Abuelas. Ahora era posible, en caso de encontrarse restos de las mujeres embarazadas, obtener pruebas científicas con respecto al nacimiento de sus nietos y proseguir su búsqueda con la certeza de que sus hijas habían dado a luz en cautiverio.66 Clyde Snow se sentía esperanzado al presentar el caso de Liliana Pereyra en el juicio a las juntas en 1985: “Todo esto parece lúgubre, pero aquí, al menos, buscamos muerte y encontramos vida. Pudimos decirle a su madre que aunque su hija esté muerta, en alguna parte está su nieto. Eso allana el camino para que las Abuelas de Plaza de Mayo empiecen a buscar y posiblemente a localizar al niño”.67

El trabajo de Clyde Snow también aportó pruebas sobre las cuidadosas técnicas de encubrimiento de los militares para ocultar el secuestro de niños. En septiembre de 1976 desapareció la familia Lanuscou, compuesta por un matrimonio y tres hijos. Cuando se restableció la democracia, las Abuelas recibieron información sobre la existencia de cinco tumbas nn que concordaban con la fecha de desaparición de la familia. Snow recuerda:

Yo estaba haciendo una presentación en La Plata y cuando terminé, este grupo de mujeres de edad hizo una pregunta: ¿sería posible, cabría esperar que los huesos de un feto se desintegraran en una tumba? Les contesté que no, que los huesos fetales pueden durar siglos. No me podía imaginar hacia adónde apuntaba esa pregunta. Pero después, en una pausa, me lo explicaron. Hablaron del caso Lanuscou. Se habían exhumado los restos óseos de la familia, pero entre ellos no estaban los de la hija menor, Matilde, de seis meses. Les dijeron que sus huesos se habían desintegrado. Tomé el caso y examiné todos los huesos; encontramos los de los dos hijos mayores, los de la madre y los del padre, pero ni uno solo de la niña. Tomamos una muestra de la arena y la grava que se habían recogido en el mismo momento de la exhumación de los cuerpos y la tamizamos; conseguimos unos cedazos y la lavamos. Tardamos horas y horas. Examinamos hasta la última partícula de grava y no encontramos absolutamente ninguna prueba de que allí hubiese habido una niña.68

Todo lo que se encontró fue un osito de peluche, un chupete y algunos otros objetos. “Matilde nunca estuvo en ese ataúd. Es así de simple”, le dijo Snow al juez a cargo del caso. Más adelante, ciertas pruebas circunstanciales indicaron que los militares, cuyo encubrimiento había quedado en evidencia, la habían entregado en adopción.69 Amelia Herrera de Miranda, la abuela de la niña, se unió a las Abuelas de Plaza de Mayo en la búsqueda de su nieta, fortalecida con la esperanza de que ésta estuviera viva.

El don de las Abuelas a la ciencia

El apoyo que las Abuelas ganaron en la comunidad científica internacional es poco habitual. Aunque eran un grupo de mujeres sin antecedentes científicos, utilizaron el sentido común e incitaron a los científicos a desarrollar herramientas que dieran una base más sólida a su trabajo. Representan un ejemplo sobresaliente de ciudadanos legos que enrolan a los científicos en la lucha por los derechos humanos. En nuestro tiempo resulta cada vez más claro que si bien se presenta como una “actividad neutral” basada en la racionalidad y la objetividad, en la práctica la ciencia se alió tradicionalmente con los poderosos y representó los intereses de una élite masculina, blanca y rica. En nuestro siglo, su imagen ha quedado empañada por Hiroshima y la evidente complicidad del establishment científico en la carrera armamentista nuclear. Las amenazas a la supervivencia del planeta planteadas por unas tecnologías lanzadas a una carrera frenética —lo mismo que la explotación de la genética para modificar la vida y controlar el futuro de nuestra especie— han hecho que la ciencia aparezca como una empresa alienada y en cierto modo peligrosa. En medio de este cuadro desconsolador, su uso en respaldo de una valiosa causa es sin duda un soplo de aire fresco.

Los científicos que prestaron asistencia a las Abuelas expresaron su agradecimiento por poder colaborar con una causa que promueve la justicia y les brinda la oportunidad de comprometerse plenamente, como seres humanos íntegros, en su trabajo. Eric Stover reflexiona:

Lo más interesante era que no se trataba de una mera cuestión científica. Era una cuestión humanitaria en la que unas personas que se empeñaban profundamente en la recuperación de sus hijos querían que la ciencia las ayudara. En los casos de Coque Pereyra y la hija de Estela, nos encontramos con un nivel de intimidad que normalmente no se da si uno es abogado o simplemente tiene que redactar un informe técnico. Había que estar presente para asimilar la emoción, ya fuera cuando se hacía la identificación o bien para compartir la alegría por la restitución de un niño. Es muy fuerte. Yo decía que la única vez que me sentí realmente deprimido fue cuando volví de un viaje a la Argentina, donde trabajé varias semanas con las Abuelas, y una persona me llamó para invitarme a jugar al tenis.

El suyo fue verdaderamente el primer caso en que la ciencia se utilizó para promover los derechos humanos: los científicos como detectives. Desde entonces, hemos visto que la ciencia forense exhumó tumbas y estableció la causa de muerte de personas de por lo menos 14 países: Bolivia, Brasil, Chile, Venezuela, Perú, Colombia, Guatemala, El Salvador, Honduras, México, el Kurdistán iraquí, Etiopía, las Filipinas y la ex Yugoslavia. De modo que lo que empezó con las Abuelas se convirtió en toda esta idea de usar las ciencias forenses en cuestiones humanitarias. Su aporte trascendió claramente la situación argentina.

En el Seminario Internacional de 1992 sobre Filiación, Identidad y Restitución —organizado por las Abuelas para festejar sus 15 años de lucha—, Víctor Penchaszadeh agregó los siguientes comentarios:

Estamos aquí convocados para analizar el papel de la ciencia en la defensa y promoción de los derechos humanos y, específicamente, en la identificación genética de los niños secuestrados por la última dictadura militar. […] Por lo tanto, la ciencia no es “neutra”, sino que está influida por las relaciones políticas y económicas que se dan en la sociedad, y a la vez influye sobre éstas a través de sus aplicaciones. […] A comienzos de este siglo, las concepciones racistas y elitistas prevalentes en Estados Unidos impulsaron la promulgación de leyes que permitieron la esterilización involuntaria de decenas de miles de personas catalogadas como “asociales”, “retardados” o “defectuosos”. […] La Alemania nazi enarboló la bandera de la “pureza racial” basada en la ignorancia y la tergiversación de los principios de la genética. […] Los genetistas más connotados de Alemania [fueron] los que impulsaron y convencieron a los políticos de la justeza de sus apreciaciones, y contribuyeron así a darle una fachada “científica” al genocidio. […] Cuando las Abuelas Chicha Mariani y Estela Barnes de Carlotto me preguntaron en 1982, en Nueva York, si era posible probar la identidad de niños cuyos padres estaban desaparecidos contando sólo con posibles abuelos y otros parientes colaterales, estaban haciendo un reclamo de la sociedad a la ciencia de la genética. […] El desafío que significó para nosotros este reclamo de Abuelas se vio plasmado unos meses después en la identificación y restitución de la primera de estas víctimas: Paula Logares. Y esto permitió que la genética humana, que durante mucho tiempo estuvo al servicio de intereses retrógrados y de muerte, se pusiera ahora al servicio de la vida.70

También Clyde Snow atribuye a las Abuelas la idea de usar la ciencia forense como una herramienta en las investigaciones sobre derechos humanos:

La ciencia forense no se había utilizado en el trabajo en favor de los derechos humanos. La verdad es que todo empezó en la Argentina. Y las Abuelas fueron de gran utilidad en el desarrollo de la idea. Personalmente, tuve el privilegio de reclutar a jóvenes en la Argentina, de crear un equipo y tener la satisfacción de hacer algo valioso. Eso me llevó a un nuevo ámbito de trabajo y me abrió todo un nuevo mundo. Si las Abuelas no hubieran asistido a mi charla en La Plata y no me hubiesen hecho esa pregunta, habría vuelto a casa y todo habría quedado ahí.

El trabajo de Snow en la Argentina resultó en la creación del Equipo Argentino de Antropología Forense (eaaf), un grupo de jóvenes profesionales a quienes aquél instruyó y que aprendieron las técnicas de exhumación e identificación de restos. Única organización en su tipo en el mundo, el eaaf sigue trabajando en la Argentina; también actuó en varios otros países donde las violaciones de los derechos humanos hicieron necesaria su experiencia.71

Las Abuelas han aportado un modelo para el trabajo conjunto de legos y científicos que pone en tela de juicio la alienación del establishment científico y hace posible imaginar una relación diferente entre ciencia y sociedad. Han contribuido a redimir a la ciencia al proponerle un nuevo tipo de asociación. El don que las Abuelas le ofrecieron a la ciencia es en realidad un don al mundo, a todos aquellos que desean una ciencia que incorpore los valores humanos y sea una fuerza positiva y afirmadora de la vida.

LEYENDAS DE LAS FOTOS

  1. Abuelas en actividad, examinando fotos de hijos y nietos desaparecidos (fotografía de Estelle Disch).
  2. María Isabel Chorobik de Mariani (fotografía de Estelle Disch).
  3. Elsa Pavón de Aguilar.
  4. Otilia Lescano de Argañaraz.
  5. Emma Spione de Baamonde.
  6. Delia Giovanola de Califano con las fotografías de su hijo y su nuera, ambos desaparecidos.
  7. Estela Barnes de Carlotto con la fotografía de su hija, secuestrada y asesinada.
  8. Raquel Radío de Marizcurrena.
  9. Amelia Herrera de Miranda.
  10. Nélida Gómez de Navajas.
  11. Elsa Sánchez de Oesterheld.
  12. Argentina Rojo de Pérez con Mariana Pérez (hermana de un niño nacido en cautiverio).
  13. Rosa Tarlovsky de Roisinblit.
  14. Antonia Acuña de Segarra.
  15. Reina Esses de Waisberg.
  16. Alba Lanzillotto.
  17. Nya Quesada.
  18. Elena Santander (la siguiente fotografía muestra a su nieta recuperada).
  19. María Victoria Moyano (nacida en cautiverio, hallada cuando tenía diez años).
  20. Berta Schubaroff.
  21. Sonia Torres.
  22. Tatiana Sfiligoy (secuestrada cuando tenía cuatro años y hallada a los ocho).
  23. Tania Waisberg (hermana de un niño nacido en cautiverio).
  24. “Buscamos dos generaciones”, afiche (de la colección de las Abuelas).
  25. “Niños desaparecidos — Busquémoslos”, afiche premiado de Jorge Proz (de la colección de las Abuelas). La margarita representa a la familia, con un pétalo que falta.
  26. “Embarazadas”, afiche en una calle de Buenos Aires (de la colección de las Abuelas).
  27. “Restitución es regreso a la vida — Mi abuela me sigue buscando… díganle dónde estoy”, afiche (de la colección de las Abuelas).
  28. Manifestación: “¿Dónde están los centenares de bebés nacidos en cautiverio?” (de la colección de las Abuelas).
  29. Manifestación: “Niños desaparecidos” (de la colección de las Abuelas).
  30. Manifestación con policía y cartel de niño desaparecido (de la colección de las Abuelas).
  31. Cartelera en la oficina de las Abuelas: “Niños localizados”.
  32. Pañuelo de las Abuelas, con el logo de la asociación: “Identidad — Familia — Libertad” (fotografía de Estelle Disch).