Capítulo 4

4

La localización de los niños

Te quiero tocar y besar. Vos sos la hermana de mi mamá y le llevás un año, nada más; tenés que tener algo de mi mamá.

  Una niña recuperada, tras haber sido devuelta a su familia

Las Abuelas usaron un método simple para obtener información sobre sus nietos desaparecidos: apelaron a la conciencia y el sentido ético del público en general para que las ayudara en su tarea. En abril de 1982, por primera vez en la Argentina, apareció en uno de los principales diarios de Buenos Aires una lista con los nombres de los niños, publicada por clamor. La publicación de esta lista, cuyos firmantes solicitaban que se les aportara información sobre los niños, tenía un objetivo secundario: mostrar a los militares argentinos que las Abuelas contaban con el respaldo de una de las instituciones más respetadas del continente, la arquidiócesis de San Pablo, Brasil.1 Cientos de personas llamaron a la oficina de las Abuelas para ofrecer información y sugerencias.

En algunos casos, la “doctrina establecida” consistente en separar a los niños de sus familias (véase el capítulo 2) fue demasiado, incluso para los represores. Un sobreviviente de los campos informó que un integrante de las fuerzas armadas, tras secuestrar a una pareja joven, desobedeció las órdenes y dejó a su pequeño hijo con el portero del edificio en que vivían.2 Elsa Oesterheld, una Abuela de Plaza de Mayo cuyo marido era un conocido escritor, confirmó las “excepciones” producidas:

El oficial fue a hacer un operativo a la casa de mi hija. Ella no estaba pero agarraron al nene, Martín, que tenía tres años y medio. […] La orden era entregarlos nn a los chiquitos, pero este hombre admiraba a mi marido y se lo llevó a la comisaría donde estaba preso mi marido. […] Mi marido le dio la dirección de mis padres y le dijo: “Lléveselo a mi señora que lo va a cuidar”. […] Entonces él apareció de noche en casa. […] Fue así que me entregó a Martín.3

En 1983, con la vuelta a la democracia, las Abuelas lanzaron una campaña para recoger el apoyo del pueblo argentino. Empapelaron la ciudad con carteles y distribuyeron miles de volantes con las fotos de los niños. Avisos de radio y televisión destacaban la búsqueda de los menores desaparecidos, en tanto los diarios y las revistas corrían de historia en historia. Hacia 1999, la Asociación de Abuelas había recibido más de ocho mil datos e informaciones anónimas: se había identificado a 66 niños, de los cuales 37 se habían reunido con sus familias biológicas, 14 permanecían con sus padres adoptivos, 9 fueron encontrados asesinados y 6 casos estaban en los tribunales.

Restitución

La identificación de los niños es el primer paso en el laborioso proceso de reunirlos con sus familias. Las Abuelas ven esta reunión como un acto de verdad, una vuelta a la vida* que les devolverá su debida identidad, lo que les permitirá crecer sin secretos ni mentiras. A menudo comparan la situación de los niños que viven con identidades falsas con la esclavitud. Aunque la Argentina la abolió en 1813, las Abuelas señalan que hay cientos de niños argentinos que actualmente viven con personas que los separaron de sus familias legítimas y les ocultan sus orígenes y su historia.

Las Abuelas emplean el término “restitución” para describir el proceso de reunión de los niños con sus familias de origen. La restitución no es simplemente un acto por el cual un niño se encuentra con su familia. Es un proceso complejo que exige atención en todos los niveles: individual, familiar y social. Estela de Carlotto recuerda que lloró cuando se produjo la primera restitución, la de Paula Logares. Durante su infancia, Estela había estado temporalmente separada de su madre y recordaba la angustia que había sentido. Comprendió la reacción negativa inicial de Paula. Pero luego:

Me di cuenta de que yo estaba haciendo un razonamiento equivocado, porque mi mamá era mi mamá, en cambio a Paula la estaban separando de los ladrones y de la mentira, del ocultamiento, de la falsedad. Cosa que después demostró, con el correr de los años, efectivamente, que no deja un trauma de separación, de quienes han sido los victimarios de estos chicos, pero en ese momento yo decía como el común de la gente, “pobrecito”, porque los separamos y les estamos haciendo daño.4

A principios de la década del ochenta se sabía muy poco sobre la dinámica de la restitución y sus posibles efectos sobre los niños. Habla a favor de las Abuelas el hecho de que siempre insistieron en que había que ser extremadamente cauteloso cuando se tomaban decisiones que afectaban el marco de vida de los niños hallados. Consecuentemente, trabajaron con psicólogos, médicos y abogados para crear un equipo interdisciplinario que les permitiera manejar ese complejo y multifacético proceso. El trabajo con esos profesionales las ayudó a establecer las mejores condiciones posibles para el desarrollo psicosocial saludable de los menores localizados.5

Las Abuelas recalcan que estos niños no fueron abandonados: sufrieron una apropiación ilegal y llevan en su psique los traumas de su secuestro y la tortura de sus madres. Las Abuelas creen que, para superar esos traumas, los niños necesitan volver a sus “nidos ecológicos”, para poder crecer con el amor y la seguridad que les brindan sus familias legítimas. Sin embargo, también creen que cuando fueron adoptados de buena fe por familias no involucradas en la represión, es posible dar forma a una familia extensa que beneficiará a todas las personas en cuestión. La Abuela Reina Esses de Waisberg explica sus puntos de vista sobre el proceso de la restitución:

Yo pienso que si encuentro a mi nieto o nieta, si lo tiene un matrimonio normal que tuvo la adopción plena sin saber que era hijo de desaparecidos […] que es un matrimonio realmente papá y mamá y lo han criado bien, voy a pedir que se quede con ellos, pero que nos visitemos, que sepa que tiene una hermana, que sepa que tiene una familia biológica y que mamá y papá no quisieron tirarlo a la basura. […] Pero si está con un matrimonio del Proceso, yo voy a pelear hasta las últimas consecuencias para sacárselo y que venga a vivir conmigo.6

Su nieta, Tania, tenía 15 meses cuando sus padres fueron secuestrados; la madre estaba en su segundo mes de embarazo. La niña quedó en la calle con un papel con el nombre y el número de teléfono de Reina. Tania, que hoy tiene veinte años, cree que

La restitución es dura, pero es un proceso necesario. […] Si vos mentís en una cosa tan esencial, no se puede creer en nada. […] Siempre le pedía a Reina que fuera a lo de Abuelas, cuando murió mi otra abuela yo necesitaba alguien que fuera […] yo quería que estuviera alguien. […] Si aparece mi hermano […] sería difícil, tendría que contarle muchas cosas sobre gente que ya no está […] y tonterías. […] Me fijaría si tiene los dedos pegados como yo, los dedos del pie, siameses.7

Han surgido muchas concepciones erróneas sobre el significado del proceso. Chicha Mariani explica:

Hay un error de concepto en la gente que cree que estamos tratando de conseguir chicos para traerlos a casa y para ganar no sé qué. […] No es así. Siempre hemos estado pensando en la restitución de lo suyo, no tanto en la restitución de la criatura a nosotros, sino de lo suyo a ella. […] Cada caso es distinto, porque cada niño está en un hogar distinto. […] Hubo niños restituidos por nosotras, sin injerencia de la justicia. Hacíamos las cosas a nuestra manera, al estilo casero, y salieron bien. Hablábamos con las familias para que se arreglaran entre ellos, que hicieran lo mejor para la criatura. Otras veces tomó parte la justicia, pero en forma muy simple. […] Si la familia no estaba implicada en la represión, lo mejor era acercarse y tratar de hacer un arreglo entre las familias.8

El caso de Tamara Arze es un ejemplo en que se “discutieron las cosas”. En 1975, la niña, de dos años, quedó en poder de unos vecinos luego de que su madre, Rosa Mery Riveros, fuera secuestrada por la policía. Aunque Rosa Mery preguntó muchas veces por el destino de su hija, se le negó toda información. En 1981 fue liberada y se exiló en Suiza. Desde allí, se puso en contacto con las Abuelas y les pidió que buscaran a su hija. Como resultado de su investigación, las Abuelas encontraron a la niña en 1983. La familia que se hizo cargo de Tamara le había contado, cuando tenía seis años, que no era su hija. Cuando las Abuelas la abordaron, la familia estuvo de acuerdo, con tristeza y luego de extensas discusiones, en que si la madre estaba viva, Tamara debía estar con ella. Rosa Mery le envió una cassette en que le contaba lo sucedido y le explicaba que no la había abandonado, sino que las habían separado a la fuerza, y que había tratado de encontrarla. Tras una larga conversación telefónica, Tamara, por entonces de nueve años, dijo que quería vivir con su madre. Las Abuelas la llevaron a Lima, Perú, donde se reunió con Rosa Mery. Chicha Mariani recuerda:

Fui testigo del encuentro entre Tamara y su madre y de los primeros días de Tamara en su nueva situación. […] Recién ahí empezamos a ratificar que la restitución de los niños no era solamente un acto de justicia. Lo más importante era lo que habíamos podido devolverle a Tamara y no a su madre. […] La mamá de Tamara nos contó que la primera noche bañó a la niña y después de jugar un rato la acostó. Cuando Tamara se durmió, y mientras ella le acariciaba el pelo, sintió un olor extraño pero que le parecía conocido. Tardó un cuarto de hora en descubrir, azorada, que era el mismo aroma que despiden los recién nacidos después de tomar la leche de sus madres.9

La niña entendió claramente la complejidad de su situación y comentó: “Lo que pasa es que tengo dos familias, la mía y la que me crió”.10 Esta última le entregó un gran ramo de flores para Rosa Mery, como señal de su deseo de establecer una vinculación de peso con ella. Si bien vive en Europa, Tamara todavía se las ingenia para visitar a su familia en la Argentina y mantenerse en contacto con ella.

En un esfuerzo por hacer que la sociedad argentina entendiera el proceso, las Abuelas organizaron sesiones públicas de educación. En una conferencia de 1988 sobre los niños desaparecidos y la restitución, encararon a sus opositores. Con lo que parece ser únicamente la mejor de las intenciones, algunos críticos promueven una política de “no intervención” que deje a los niños donde están ⎯“para que no sufran”⎯, que en sustancia transforma a las víctimas en victimarios. Afirman que si los niños parecen felices y bien adaptados, el hecho de apartarlos de sus familias adoptivas equivale a un “segundo trauma”.11 Esta visión facilista y reduccionista preocupa mucho a las Abuelas, porque ignora el sufrimiento infligido por los secuestros y no censura a los apropiadores. Y este punto de vista se equivoca, sobre todo, al concentrarse únicamente en el momento actual de los niños, como si la historia no hubiera sucedido: como si su situación no hubiese empezado con un crimen que tiene graves implicaciones para su futuro y sus derechos.12

El concepto de “trauma psicosocial” elaborado por Ignacio Martín-Baró puede ayudarnos a entender el proceso de restitución. Él creía que cuando una agresión que afecta a personas se ha producido, alimentado y mantenido mediante un conjunto determinado de relaciones sociales, las soluciones individuales no son eficaces. Hay que tomar en cuenta el contexto social responsable de la agresión. Para curar el trauma, es necesario un nuevo “contrato social” que incorpore a la ecuación los factores individuales y sociopolíticos.13 En el caso de los niños desaparecidos, su pérdida de identidad representa un trauma que afecta no sólo su vida sino también su relación con la sociedad. Para restablecer esa relación, es preciso que se expongan las distorsiones sociales producidas. La restitución pone en primer plano la dimensión social del trauma, ya que proporciona un contexto más amplio a cada historia individual. Si se pretende que los niños construyan para sí mismos un futuro significativo como individuos y miembros de la sociedad, la verdad y la justicia deben formar parte del cuadro.

Obstáculos a la restitución

Cuando se localiza a un niño, las Abuelas comienzan con negociaciones entre las dos familias; pero si las discusiones llegan a un callejón sin salida, debe intervenir el poder judicial. Es necesaria una prueba legal de la identidad de los niños para zanjar el desacuerdo y decidir su futuro. Muchos de los actuales jueces de la Argentina fueron designados durante la represión y, según la experiencia de las Abuelas, contadas veces actuaron con justicia y profesionalidad. Con pocas excepciones, los procesos se dilatan y con frecuencia se empantanan en minucias, lo que origina prolongadas demoras antes de llegar a algún tipo de resolución.

A menudo los jueces se declararon incompetentes en esos casos o adoptaron una actitud pasiva. La actitud general del poder judicial puede deducirse de un memorándum interno que se filtró a la prensa, en el que el doctor Augusto César Belluscio, uno de los integrantes de la Corte Suprema de la Argentina, criticó la restitución de una niña a su familia de origen y consideró el proceso un “lavado de cerebro digno de un establecimiento psiquiátrico moscovita”. Belluscio también afirmaba que la relación de la niña con la familia adoptiva era más importante que su filiación biológica.14

En varios casos, las demoras judiciales permitieron que los secuestradores pasaran a la clandestinidad o huyeran a otros países con los niños. Carla Rutila Artés y su madre, Graciela, estuvieron detenidas en un campo clandestino en 1976. Mientras la madre aún está desaparecida, en 1983 las Abuelas pudieron localizar a la niña: vivía con una identidad falsa con Eduardo Alfredo Ruffo, un miembro de la siniestra side y uno de los torturadores más sádicos del campo de detención donde ambas habían sido prisioneras. Cuando Ruffo advirtió que lo habían encontrado, utilizó sus conexiones policiales para pasar a la clandestinidad junto con su esposa y Carla. Cientos de carteles con sus fotografías, pegados en las calles de Buenos Aires, convocaron a los ciudadanos a colaborar en la búsqueda. Cuando Ruffo fue finalmente detenido, se comprobó que llevaba un pasaporte falso que le habría permitido sacar a Carla del país. La historia terminó con la restitución de la niña a su abuela.15

En una reunión realizada en febrero de 1986 con el presidente Alfonsín, las Abuelas le formularon una serie de demandas que abordaban el tema de las demoras y los obstáculos con que se topaban en su trabajo legal y las consecuencias que acarreaban para el bienestar mental y físico de los niños.16 Un caso particularmente dilatado que alcanzó notoriedad internacional fue el de Ximena Vicario. Bajo el titular de “Disputa por una adopción en la Argentina”, en un diario norteamericano apareció una foto calculadamente sensacionalista de la niña llorando en brazos de su madre adoptiva, Susana Siciliano.17 El texto que acompañaba la fotografía simplificaba groseramente los hechos. Ximena, a quien habían secuestrado junto con su madre cuando tenía nueve meses, fue dejada ulteriormente en un orfanato, con un rótulo que rezaba “Mi nombre es Ximena Vicario y soy hija de guerrilleros”.* Las Abuelas la localizaron en 1983. Siciliano, que trabajaba en la institución donde la habían dejado, la había adoptado ilegalmente. La abuela de Ximena le propuso llegar a un acuerdo por el cual ambas intervinieran en la crianza de la niña, pero la mujer lo rechazó. En 1987, cuatro años después de su localización, las pruebas genéticas establecieron los orígenes de la niña y los jueces dispusieron que fuera devuelta a su familia. Susana Siciliano fue acusada de ocultar su verdadera identidad y aportar informaciones falsas en el trámite de adopción.

Durante los siguientes nueve meses, Ximena vivió con su abuela materna y restableció la conexión con su familia. Sin embargo, la madre “adoptiva”, con el apoyo de miembros influyentes de la prensa, lanzó una campaña mediática para recuperarla y apeló a la Corte Suprema. En 1989, ésta emitió un fallo basado en una anticuada ley por la cual los abuelos u otros parientes no podían ser tenidos por partes en una disputa concerniente a la guarda de un menor. El abogado designado para representar a la niña ⎯el doctor Carlos Tavares, que había sido el abogado defensor del general Videla en el juicio a los ex comandantes⎯ recomendó que volviera con Siciliano, pero los deseos expresos de Ximena y el comportamiento ejemplar de su familia llevaron a los jueces a decidir que permaneciera con su abuela. No obstante, se otorgó a Siciliano el derecho a una visita semanal bajo vigilancia policial; durante esas visitas, la mujer denigraba constantemente a los padres de Ximena. La niña, que por entonces tenía 14 años, escribió al juez a cargo del caso enumerando 12 razones por las cuales no quería volver a verla. Entre ellas, mencionaba que le había mentido con respecto a sus orígenes y había intentado más de una vez sacarla del país. El caso llegó a un punto muerto. Al no tener ya otro recurso, las Abuelas lo llevaron a la Comisión de Derechos Humanos de la onu, para advertir a la comunidad internacional que se estaban violando los derechos de la niña y su familia. Recién en 1991, ocho años después de que las Abuelas hubieran localizado a la niña, un juez anuló finalmente la adopción e hizo posible que Ximena recuperara su historia, su identidad y su verdadero nombre.18

Los niños

“Ya no oculto lo que pasó”

En octubre de 1977, Tatiana Ruarte Britos, de cuatro años, y su hermana Laura Malena Jotar Britos, de tres meses, fueron secuestradas junto con sus padres. La policía lo negó y sostuvo en cambio que habían encontrado a las niñas abandonadas en la calle. Aun cuando Tatiana sabía su nombre completo y el de su hermana, las separaron, las enviaron a dos orfanatos diferentes y las registraron como nn. No se hizo esfuerzo alguno por hallar a su familia. Seis meses después, un juez otorgó la guarda provisoria de la niña menor a una pareja casada y sin hijos, Inés y Carlos Sfiligoy. Cuando éstos se enteraron de que la niña tenía una hermana, solicitaron y obtuvieron también su guarda, ya que consideraban inhumano que permanecieran separadas.

Pero la familia Sfiligoy pronto empezó a sospechar la verdadera naturaleza de la adopción. Tatiana había mencionado que su madre, entre sollozos y con la cabeza cubierta por una capucha, había sido llevada por un grupo de “hombres malos”. La familia se puso en contacto con el juez para averiguar los orígenes de las niñas, pero el magistrado desestimó sus preocupaciones. En 1980, las Abuelas, que habían investigado el caso, convencieron al juez de que concertara un encuentro entre una de las abuelas y las niñas. Tatiana Sfiligoy recuerda la reunión:

Yo tenía siete años. La reconocí, pero hice como si no la reconociera […] la abuela se espantó, porque cómo puede ser, si estuvo viviendo conmigo, es verdad, yo estuve viviendo con ella, pero cuando me preguntaron, yo dije que no. […] A la otra abuela también le dije que no. […] Yo no haría eso si estuviera en esa situación ahora, no lo haría, se habrá sentido remal, pobre. […] Pero yo no quería ser sacada otra vez de ese lugar. Una cosa así… O sea, estaba bien con mi mamá y mi papá y de repente… otra vez… ¡no! Una cosa así, yo pienso…

Cuando tenía 11 años, pensé: y si aparecen mis papás, ¿qué hago? Y bueno, se me ocurrió, si voy a tener cuatro padres, viviría con los cuatro.19

En este caso, los padres adoptivos fueron excepcionalmente solícitos. Les habían contado a las niñas que eran adoptadas y, preocupados por su bienestar, querían que conocieran su historia. Cuando encontraron a su familia, la actitud abierta y amistosa de los Sfiligoy desactivó una situación potencialmente explosiva. Abrieron su casa a la familia biológica. Las niñas visitaban a sus abuelas y conocieron a sus primos, tías y tíos. Se enteraron del secuestro y de la desaparición de sus padres. Las dos abuelas estuvieron de acuerdo en dejar que permanecieran con sus padres adoptivos y de tal modo se creó una cálida familia extensa. La familia adoptiva mostró una notable sabiduría. Cuando Tatiana estaba en séptimo grado y su maestra le dijo a Inés Sfiligoy que su hija nunca debía contar en la escuela lo que le había pasado, la reacción de Inés fue cambiarla de inmediato de establecimiento. Vivir con un secreto había sido una carga para Tatiana:

Ya no oculto lo que pasó. Cuando era más chica, sí. Estela Carlotto fue un día a la escuela, dio una charla informativa, me habían consultado antes y yo dije que estaba bien. […] Así salió el tema. […] En cierta manera, me ayudaban a desatar todo el nudo que tenía que no sabía cómo decirlo. Porque viste, cuando más ocultás algo, más feo es después contarlo, cuanto más tiempo pasa. […] Bueno, me ayudó eso y después Estela dijo: “Acá, Tatiana”. Y entonces yo ahí empecé a hablar y a contar delante de todos. Fue algo así muy teatral, pero para mí fue lo mejor.

Creo que lo que elegí es duro, el no negar de dónde soy, pero creo que tiene que ser así. […] Decir lo que yo pienso aun frente a actitudes desubicadas de los otros. […] La verdad es dura, pero es mejor que la mentira.

Tatiana empezó a trabajar con las Abuelas, reuniendo datos sobre las familias de los niños desaparecidos y registrándolos en el Banco Nacional de Datos Genéticos: “Las Abuelas necesitan ayuda y quiero trabajar con ellas porque lo que hacen es muy importante y es parte de mi vida”. Lamentablemente, la historia de Tatiana y Laura Malena no es típica. Sus padres adoptivos no formaron parte del régimen represivo responsable de las desapariciones: las adoptaron de buena fe y se preocuparon profundamente por su salud psíquica. Los Sfiligoy creen en el derecho de las niñas a conocer sus orígenes e inclusive trataron de inculcarles respeto por sus padres desaparecidos, que habían mostrado un compromiso tan grande con sus creencias. Por desdicha, la mayoría de los niños identificados desde entonces han estado en manos de personas que tuvieron un papel activo en la represión y que se negaron a dejarlos conocer su historia y su identidad.

“Tenía el pelo de mi hijo y caminaba como él, como en el aire”

El hijo de Elena Santander, Alfredo Moyano, y su esposa uruguaya, María Asunción Artigas, fueron secuestrados de su casa en Buenos Aires en diciembre de 1977. María Asunción tenía un embarazo de dos meses. Elena recuerda:

Mi hijo no me llamó por dos o tres días, yo estaba muy inquieta. […] No supe nada por años. […] Un día las Abuelas, en un viaje de ésos, encontraron a unas personas en Canadá que habían estado con ellos y habían sido liberados y ellos mismos me mandaron el cassette con todos los pormenores, hasta el momento en que nació mi nieta y cómo se llamaba, y cuánto pesaba. […] Y en 1987 tuvimos la denuncia de una nena que fue la mía. La maestra del colegio donde la nena iba encontraba cosas raras en la nena, que era una nena adoptada, que era muy solita, que estaba muy sola. […] El equipo de investigación investigó todo, fueron a ver. […] Sacaron sangre y dio la pauta que la nena era. […] El que figuraba como padre era pariente del jefe del Pozo, la cárcel clandestina. Él la había anotado como hija propia, de ellos. […] El hombre había muerto ya, la señora siempre molestó y dijo que era su hija, hasta que se comprobó que no. […] Después confesó. […]

Fuimos al juzgado en Morón, estábamos toda la familia ahí. Nos dijeron que subiéramos arriba, al primer piso, que la miráramos de ahí […] para no asustarla. Yo le vi el pelo y dije: “Ésta es mi nieta”, tenía el pelo de mi hijo y caminaba como él, como en el aire. […] La recuperé el 31 de diciembre, diez años después de la desaparición. […] El juez nos presentó, le dijo: “Ésta es tu abuela, la mamá de tu papá, y ésta es la mamá de tu mamá. Son tus abuelas”. La nena, pobrecita, a mí me daba una pena […] porque no sabía qué hacer. Nos dio un beso y todo. […] Yo la acariciaba, nada más. […]

Los primeros días lloraba, no quería comer, lloró, pateó, qué sé yo. […] Me decía que quería verla [a la “madre”] y yo un día le dije: “Mirá, vos tenés que decirle eso al juez, él te va a aconsejar”. El juez prohibió terminantemente que la vea. […] Claro, ella en medio de todo le tenía afecto. […] Pero cuando después ella se enteró de toda la verdad, no quiso verla más. […] Le habían dicho que su mamá había muerto cuando ella nació y que el padre la había abandonado.

María Victoria se quedó conmigo tres meses. […] Después la abuela por parte de su mamá quería tenerla y yo pensé que era lo más correcto, era la madre de su madre. […] Ahora la nena vive en el Uruguay. Yo la veo. Voy cada tres meses en la medida que puedo. […]

Mucha gente me ha dicho: “Si ya encontraste, ¿por qué seguís?” Y sí, yo sigo porque lo siento así. Y sigo porque me parece que estoy ayudando. Estoy ayudando a que otras puedan recuperar su familia, su historia […] otros chicos, ¿no? ¿Por qué iba a dejar yo de venir si puedo dar mi ayuda? […] Lamentablemente, hay gente que se va retirando, por enfermedad o por diversos motivos. […] Se han muerto muchas Abuelas, pero por lo menos seguimos. […] Espero que podamos seguir hasta que vengan más chicos. […] Yo seguiré, yo me siento bien acá.20

“La nena era demasiado linda, no la busque, no la va a encontrar”

Eso le dijo su cuñado, un policía, a Elsa Pavón de Aguilar, cuando ésta buscaba a su nieta Paula Eva Logares Grinspon. Su hija, su yerno y su nieta de 23 meses fueron secuestrados en Uruguay en mayo de 1978. Dice Elsa,

Unos compañeros que vivían con los chicos, vivían dos parejas juntas, llaman al padre de mi yerno para informarle que los chicos habían desaparecido. […] Yo no sabía nada de desaparecidos, yo presumía que los podían matar, que los podían tener, pero no desaparecer, ni la mínima idea. […] Me fui a buscar a los tres, pero cuando buscaba a los tres a veces cuando yo hablaba de los adultos, hasta los curas me insultaban, pero con la nena, no, me escuchaban.21

La estrategia de Elsa cambió. Con la idea de que si podía encontrar información sobre la niña tal vez podría desenredar la trama que la condujera a los padres, empezó a buscar a su nieta. En una de sus visitas a un tribunal de menores, cinco meses después de las desapariciones, conoció a cuatro Abuelas que estaban dedicadas a una tarea similar. Poco después se incorporó a la organización. Elsa dejó su puesto de técnica de laboratorio para entregarse por entero a la búsqueda de su nieta:

Mi cuñado me dice: “La nena era demasiado linda, no la busque, no la va a encontrar” […] Mi marido me dice: “Basta, se terminó. Hasta acá llegamos. Te quedás en casa, no puede ser, que estás destruida”. […] Bueno, yo me enfermo, estoy 15 días en la cama con mucha temperatura, me tuvieron que dar antibióticos. Un día me siento en la cama y dije: la gran puta, si yo me muero, los chicos se pierden para siempre. ¿quién los va a buscar? Sabés que ahí se me cortó la fiebre.

En 1980, clamor entregó a las Abuelas fotografías e información sobre el paradero de una niña que se parecía a Paula. Chicha Mariani quedó inmediatamente convencida de que se trataba en efecto de Paula. Cuando empezaron a seguir las pistas, decidieron no perder de vista a la niña y la familia sospechosa, hasta que ésta, inesperadamente, se mudó sin dejar huellas. Tres años después, gracias a los carteles con fotos de los niños que cubrían las paredes de Buenos Aires, surgió otro indicio. Un hombre que quería vengarse del secuestrador reveló la identidad de la familia con la que Paula vivía. Las Abuelas reiniciaron su investigación. Vuelve a hablar Elsa:

Yo iba al colegio para verla salir, hice un trabajo enorme con los vecinos, iba a comprar la verdura en el barrio. […] Me paraba a un lado, la miraba y no me animaba a hablarle. La llevé a mi cuñada para ver qué te parece, ella se quedó asombrada, y gritó, sí que es Paula. Mi cuñado le preguntó el nombre, y lo dijo. Llevé a mi marido, ¿te animás a ver a la nena? Sí, sí, voy. Fue, y cuando vino dijo: “No sabés cómo me miraba, es, es la nena”.

Las Abuelas comprobaron que el presunto padre, Rubén Lavallén, que había sido el jefe de policía de la unidad donde Paula y sus padres estuvieron detenidos, la había anotado poco después del secuestro como nacida en octubre de 1977. Esto hacía que legalmente tuviera casi un año y medio menos que en la realidad (nació en junio de 1976). Otro intento de hacer que Paula desapareciera una segunda vez fue desbaratado por la suerte, como lo explica Elsa:

Una de las abogadas nuestras tenía una amiga que hacía mucho tiempo que no la visitaba y se la encuentra en la calle. La invita, vení. Va, y estaba en la misma casa de Paula, el mismo edificio, otro piso. La amiga tenía una hija que estaba muy triste, porque vino la nena de la planta baja a despedirse porque se va al Uruguay. La nena era Paula. Hicimos unas consultas, nos pusimos en acción, para que no la saquen del país, y no la sacaron.

El método utilizado para convencer a la justicia de la identidad de Paula fue largo y complicado. Había una considerable discrepancia entre su edad de acuerdo con las radiografías óseas y la que informaba su abuela. Los datos radiográficos indicaban que tenía aproximadamente seis años, pero su abuela sostenía que tenía siete y medio. Cuando en 1984 fue posible realizar análisis genéticos, éstos determinaron, con una probabilidad del 99,95 por ciento, que Paula era nieta de Elsa. Sin embargo, el juez a cargo del caso rechazó la demanda. Elsa apeló ante un tribunal superior. Concurrió a la corte acompañada por su marido y su hijo, cuyas presencias fueron de importancia crucial en un poder judicial penetrado por el sexismo: “Ahí se decidió entregarme la nena. Yo ya no era una loca de Plaza de Mayo, en ese momento yo estaba acompañada por mi marido y mi hijo. Mi hijo es un oso grandote, tiene una cara de buenazo que no se puede creer, y mi marido era un tipo que tenía una presencia, un hombre serio, equilibrado, dulce, cariñoso. No estaba sola, estaba con dos hombres. Yo sola, no”. En diciembre de 1984, Elsa se encontró por fin formalmente con su nieta en el juzgado. Paula tuvo una turbulenta reacción:

La nena arma un gran escándalo. Que yo le quería romper la familia. Yo la miraba y no decía nada. El juez dijo que yo era la mamá de la mamá, ella dijo que no, que ella conocía otra. El juez dijo que no. Sí, pero ella me crió, dice la nena. Pero no, nadie se lo pidió. […] Mirá, acá hay fotos de tu papá y tu mamá, a ver si los reconocés. La nena las tiró, diciendo “son demasiado nuevas”. De repente mira ésta y dice “ésta es bastante parecida a una que hay en mi casa”. Gritando que esto, que otro, que no iba conmigo, que la habían criado. Yo le dije, “yo te estoy buscando hace un montón de tiempo”. Hasta que dijo, “bueno, está bien”, venía si le comprábamos el Billiken todos los lunes. […] Gritando, por horas, en una de ésas le digo, “¿vos sabés cómo llamabas a tu papá?” ¿No? Se llamaba Claudio, y vos le decías Calio, y se me quedó mirando y empezó a decir “Calio”. Lo dijo dos, tres veces, a la tercera vez lo dice con la misma vocecita que tenía cuando era chica, se larga a llorar y se duerme. Luego se despertó bien, me tomó de la manita y se vino a casa.

En la casa de Elsa, Paula fue de inmediato al cuarto que usaba de chica, y empezó a buscar sus viejos juguetes. Sabía dónde estaba el baño y parecía completamente a sus anchas en el entorno. Ocho meses después, las radiografías de los huesos demostraron que su desarrollo era normal para su edad. Los médicos que habían atendido su caso señalaron que eso ocurría con frecuencia entre niños pequeños que habían sido separados de sus madres. El trauma de la separación había retardado su crecimiento pero, como en otros casos, el efecto era reversible.

Los secuestradores de Paula, sin embargo, lograron obtener derechos de visita y el juez dictaminó que debía seguir viéndolos; finalmente, la niña se negó rotundamente y anunció que no tendría más contactos con los torturadores de sus padres. Pasaron cuatro años más antes de que pudiera recuperar su verdadero nombre y la documentación legal que establecía su identidad. A los 18 años, Paula comentó sobre su experiencia:

Hubo momentos difíciles, como cuando hubo una entrevista en el juzgado con los que me tenían, mi abuela, mis tíos, un par de psicólogos y el juez. Fue muy corta, enseguida el juez la suspendió, fue un momento feo, difícil. […] La última vez que apareció este tipo fue enfrente de la parada del colectivo, me gritó algo, entonces yo le saqué la lengua, y él se fue a la esquina, se subió a un auto y dio la vuelta, pasó por delante mío. […] Cuando fui a verlo al juez le conté esto, lo que había pasado y medio como que el juez me hizo cargo a mí, que yo le saqué la lengua, que yo lo había provocado. Es el juez Fegoli, me dio una bronca terrible, yo lo que hice fue sacarle la lengua, él apareció. Si no hubiera aparecido, no le hubiera sacado la lengua. Pero también fue el primer juez que tuvo el coraje de restituir a una persona. […] Si hubiera sido un juez absolutamente negativo, no estaría yo con mi familia. […]

Cuando volví a casa, estuvimos haciendo terapia familiar […] mi abuela antes de estar conmigo, antes de recibirme, ya hizo terapia y yo también después estuve haciendo terapia. […] Según mi abuela la terapia me ayudó. Yo era una nena, yo jugaba en las sesiones, pero creo que sí, que fue muy importante. […]

Hubo momentos felices. Fue toda una etapa muy importante, yo tengo muchas cosas marcadas de esa época, de cuando volví a casa. Fue muy lindo conocer a mis tíos, iban viniendo de a uno, o en pareja, para no apabullarme, los fui conociendo por separado […] venían a casa y jugaban conmigo, fue toda una época […]. Fue difícil y también muy lindo para mí. Tengo tres tías y un tío. Dos tías están casadas. Tengo cuatro primos que nacieron después que yo. […] Conocí a mi abuelo paterno y a su segunda mujer, y por ese lado tengo un tío que tiene mi edad y una tía que es más chica, está en la primaria. […]

Yo estoy de acuerdo con que la verdad la diga el juez, con lo que hizo el juez conmigo. […] El juez me lo dijo a mí cuando estaba en Tribunales, me lo dijo y trajo a mi abuela. […] A mí no me habían dicho nada hasta ese momento. […] Fue muy fuerte todo. […]

Es muy importante el apoyo que tiene que darse a la persona restituida. Hay que apoyar mucho, hay cosas que hay que respetar y otras cosas que hay que poner límites. […] Por ejemplo, yo cuando volví a casa, hice una lista de cosas que yo quería que me trajeran que tenía en la otra casa, unas muñecas preferidas, patines, qué sé yo. […] Nunca me los trajeron. Yo los pedí un par de veces. […] Al final no me los dieron, por una cuestión de que ahora yo tengo mis cosas, o sea tengo otras cosas, tengo otra familia y yo creo que eso era un capricho: “quiero eso”. […] Está bien. Entiendo que no me lo hayan dado. […]

Hay que sostener a la persona que está viviendo todo un cambio […] uno está reestructurando su vida, está dándose cuenta qué es o no. […] Hay que apoyarla desde el punto de vista psicológico, desde el punto de vista afectivo, apoyarla y sostenerla, contenerla, desde todos lados, adonde se pueda. Es muy importante también que la familia tenga apoyo, porque para la familia también es muy difícil y tiene que estar contenida. […] Es difícil para todos.22

La tarea de integrar a Paula a su familia duró años. Elsa señala que sólo desde hace poco ella y su nieta pueden reír, pelear y llorar juntas libremente. La reconstrucción de la identidad de Paula es un proceso constante, que ambas consideran esencial para que pueda crear una vida basada en la verdad.

“Ésa es mi tía”

El 12 de mayo de 1978, a las dos de la mañana, un grupo de hombres armados irrumpió en la casa de Adriana Mirta Bai y Miguel Arellanos. Nya Quesada, madre de Adriana, recuerda:

Irrumpieron en su departamento, golpearon, rompieron la puerta y entraron. Ellos dormían tranquilamente, y ahí es donde se llevaron a los tres. […] Mi hija era estudiante de arquitectura, ni ella ni el marido militaban. […] Cuando vi que no me llamó al mediodía, yo llamé al hermano del marido […] y fue él que se encontró con los vecinos que le dijeron que se los habían llevado a las dos de la mañana, ellos oyeron que ella lloraba y gritaba y llamaba a una vecina de al lado. […]

Yo fui a ver a la vecina y ella oía que lo golpeaban a él, al marido. […] Por la mañana del lunes, nos fuimos a hacer el habeas corpus, el primer habeas corpus. […] He hecho cuántos, tantos, pero tantos que no tiene nombre. Y siempre decían que no sabían, que no sabían. […] He corrido a cárceles de La Plata, iba por todos los lugares que me podían decir, y he hecho los trámites habidos y por haber. Le he escrito al Papa, he escrito a todos los derechos humanos de todos los lugares. Cuando vino la oea, hemos hecho cola para estar las primeras, para la conadep. […] Escribía a todos los países del mundo. […] Lo mío ha sido un verdadero milagro. Porque mirá cuántas abuelas hay, y no ha aparecido el niño. El niño tenía dos años y medio cuando voltearon la puerta. […] A los veinte días, suena el teléfono y le dicen a mi hermana Menchu: “Le hablan del juzgado de la minoridad, ¿usted tiene un sobrino que se llama Nicolás? Porque está acá. ¿Cuánto tiempo tiene?” “Dos años y medio”, dice mi hermana. “No, parece que tuviera cuatro, porque sabe todo, contesta todo”. Dijeron que el nene había aparecido en la puerta de la comisaría con dos valijas. […] La secretaria del juez y la hija se lo llevaban a la casa y le tomaron tanto cariño, le ponían la tv y el nene decía cuando pasaba el aviso que decía “con la participación de Menchu Quesada”, el nene decía “ésa es mi tía”. Y entonces ellas dijeron “¿qué es esto?” […] Esto es como una novela, como una novela. […] Lo llamaron al juez a la casa particular y le dijeron: “Mire, doctor, estamos que no podemos casi hablar. El nene ha dicho que Menchu Quesada es la tía, que está trabajando en este momento en el canal 9”. Entonces el juez, a la mañana siguiente, llamó por teléfono al canal y pidió el número de mi hermana. […] Entonces le dijo: “Señora, venga inmediatamente para acá”. […] El juez la puso ahí con Nicolás […] y Menchu le abrió los brazos y él la miró, la miró un rato y fue corriendo y la abrazó. […] Y el juez dijo: “Vengan mañana con la abuela, pero llévense al nene”. […]

Nunca la tv sirvió para una cosa tan sensacional. Es algo que hay que agradecerle a la tv que estas chicas vieron eso e inmediatamente… Si no el juez, ¿cómo sabe de nosotras?

En casa, el nene decía de golpe: “Abuela, tapáme, tapáme, vení al suelo y tapáme”. Evidentemente era cuando la madre en esos días en la comisaría, tuvo que dormir con el nene. […] Y después decía: “¿Sabés que vinieron los basureros?”, porque había visto que metían todo en bolsas. […] Estaban robando todo: un aparato de música, el televisor, una enciclopedia y todas las herramientas de mi yerno. […] El horror que ha visto esa criatura.23

Nya cree haber sido increíblemente afortunada, ya que el juez a cargo del caso fue sensible y justo. La mayoría de los magistrados habrían enviado a Nicolás a un orfanato o lo habrían entregado en adopción ilegal a un represor. Si eso hubiera ocurrido, se habrían borrado todas las huellas del niño. Nya supone que su hija debe haber rogado que lo llevaran a un juzgado para que tuviera más posibilidades de reunirse con su familia.

Nicolás creció con Nya y su marido y tuvo la suerte de ir a una escuela en que la consideración del bienestar emocional de los niños era de primordial importancia. Nya comentó con satisfacción que en esa escuela celebraban el Día de la Familia en vez del Día de la Madre, por lo que Nicolás podía festejar con su familia junto a los demás niños.

“Va a tener al nene, de cualquier forma lo va a tener, aunque la torturen”

Haydée Lemos es una de las fundadoras de la organización de las Abuelas e intervino en muchos de los aspectos de su trabajo. En julio de 1977, su hija Mónica, embarazada de ocho meses, fue secuestrada junto con su esposo, Gustavo Lavalle, y su hija de 14 meses, María. Cinco días después, María apareció en el umbral de la casa de su abuela en un estado lamentable. Haydée siempre confió en que su hija había dado a luz a su criatura, aunque estuviera en la cárcel:

Mi hija era muy fuerte, la primera nena la tuvo así nomás en el hospital, prácticamente sola, ella le sostenía la cabeza. […] Ella no se quejaba nunca, no sabíamos si sufría, si no sufría. […] Yo pensé: ella va a tener al nene, de cualquier forma lo va a tener, aunque la torturen. […] Yo y la otra abuela creíamos en el ejército, yo le dije, “nos van a llamar” y las dos preparamos una cajita con ropa. […] Nosotras decíamos “los van a dejar libres”, pero nunca más se supo nada, ni una seña, nada. […]

Pero cuando pasaron diez años, Estela [Carlotto] encuentra a una amiga de su hija en una parada de colectivo, y conversando la amiga le dijo: “Sí, yo también estuve detenida, estuve en Bánfield”. […] Entonces Estela aprovechó para preguntarle, para que le dijese nombres, a ver si encontraba alguno de los conocidos, y ella dice: “Mirá, había un muchacho que se llamaba Gustavo Lavalle, que la señora había tenido familia, había tenido una nena”. Y yo, mirá qué estúpida, como pensaba que tenía que ser un nene, no les llevé el apunte para nada, pensé que estaban equivocados.24

Haydée integró el equipo de investigación, que verificaba las numerosas pistas anónimas que recibían continuamente. Ya había perdido las esperanzas, cuando una de las pistas llevó a la identificación de su nieta:

Yo nunca tuve la ilusión de encontrarla. […] Como cuando uno juega un billete de lotería, juega, pero… a lo mejor sale pero no… Yo ayudaba, nada más. Yo estaba clasificando fotografías, porque fue muy difícil al principio lo que hacíamos, tenía que ser seguro, seguro, si no cómo arriesgarse a decírselo al juez. […] Y hubo unas denuncias sobre una mujer policía y cuando la obligan a ella a que se hagan todos los análisis de sangre y se coteja con todos los análisis de las Abuelas, salía que yo era la abuela.

Apenas nacida, María José fue apartada de su madre; vivió sus primeros diez años con una mujer policía y su marido, que la habían anotado como propia. Cuando la identificaron, Haydée tuvo sentimientos encontrados y se preguntó cuál sería el mejor curso de acción:

Yo tuve miedo, porque digo: “¿hago bien?” Si ella tenía una mamá y un papá. Ella lloró toda la noche y yo me asusté mucho. […] Yo estoy pensando en la nena. […] Pero a la mañana, cuando yo servía el desayuno, ella vino a la cocina y me dijo: “Señora, tengo un lunar en el brazo, igual que María”.

María José se encontró con una gran familia: su hermana María, tíos, tías, sus abuelos paternos y su abuela materna. En la casa de Haydée compartía un cuarto con María y dormía en la misma cama y el mismo colchón que había usado su madre de jovencita. Haydée comenta lo siguiente:

La nena ya tiene 16 años. Está muy bien. Por eso la nena me gusta que la vean porque la abuela, ¿qué va a decir? ¿Que está mal? Y está muy bien. Problemas no tiene porque si no no le iría bien en el colegio. Le va bien en el colegio. Dibuja, pinta. Está en quinto año de inglés. Es dulce, es buena, se parece a mi hija. No en el físico, aunque en el físico un poquito también, pero en lo buena, lo sufrida, se parece mucho. Yo digo, esos diez años que la tuvieron esos policías, no le pudieron hacer nada. […] Cuando llegó a mi casa, uno habla de qué va a ser cuando sea grande y ella dijo: “Policía, mujer policía”. Claro, mujer policía es lindo, tienen uniforme… en ese tiempo había una serie de televisión que la principal protagonista era una mujer policía. A mí me asustó porque digo, cómo ya… No dije nada, pero después nunca más lo dijo, nunca más.

María José y su hermana son de izquierda. El año pasado fueron todo el año a ayudar a una escuelita y a un geriátrico. […] Y yo ahí me asusté porque digo: “Están haciendo lo que hacían los padres”. ¡Estaban tan contentas! Pero también les gustan las fiestas y estar con sus amigos. […] María José es una chica como cualquiera, no quiere que la hagan “diferente”.

La misma María José reflexiona sobre algunos de los sucesos de su vida desde que volvió a su familia:

Es difícil aceptar todo lo que pasó, no conmigo, con lo de la restitución, porque después ya uno se hace su vida, seguís tu vida, sino lo que pasó a toda una generación. Eso es lo más difícil de entender. Todos se imaginan que no, que el trauma, el cambio, pero no. Lo que a uno más le cuesta es que uno no puede recuperar a los padres, porque ya está, eso es lo más difícil. Y lo mejor es que uno puede como encontrarse a sí mismo, y a partir de que uno se encuentra a sí mismo, puede pensar cosas para el futuro, cuando uno está bien consigo mismo adentro, con lo que le pasó y lo tiene claro, está con la verdad, con la realidad y así uno puede empezar a planear mejor su vida. Yo tuve la suerte de saber todo de más chiquita, es más difícil para alguien más grande. Es diferente. Una cosa es tener diez años, otra tener 18. Yo tuve suerte.25

María José estableció una fuerte relación con el juez a cargo de su caso, Juan Ramos Padilla, uno de los pocos magistrados que entendió la urgencia y la importancia del trabajo de las Abuelas: “Al principio yo no lo quería, le tenía miedo, cuando era chiquita. Él estaba más preocupado que yo en ese entonces. Después no. Yo lo requiero a mi juez, Juan Padilla, yo siempre lo voy a visitar, tiene el despacho en el centro, entonces cada tanto paso. […] Ahora tengo que ir porque vienen las fiestas. Es rebueno, yo lo quiero como un padre”. Durante sus vacaciones de verano, María José disfruta con su familia extensa en el sur de la Argentina:

Yo quiero ir al sur. Es lindo allá. Allá tenemos familia, en San Antonio Oeste y en Viedma. Las Grutas es el balneario para la playa. Mi abuelo es de allá, del sur, tiene todos los hermanos, los sobrinos, para nosotros son tíos, primos cuartos, tíos cuartos, terceros, son parientes. Aparte que allá Lavalle es reconocido, Lavalle es el apellido nuestro. Vos decís Lavalle y dicen: “¡Ah!, Lavalle, lo poblaron todos ellos”. Está lleno de parientes. Si todo el pueblo es de los parientes, el del hotel, el de la deriva. Fui el otro verano y dos años antes y me quedé con la familia.

María José tiene una amplia gama de intereses y un impresionante conocimiento de las artes, tanto de la Argentina como del exterior. Está considerando la posibilidad de estudiar bellas artes o “algo relacionado con la tierra”. Tanto ella como su hermana tienen una activa participación en la Marcha de la Resistencia anual, un acto de 24 horas que las Madres de Plaza de Mayo y otros grupos de derechos humanos organizan para honrar a los desaparecidos y reclamar justicia.

“Conocer la verdad es la mejor terapia”

La experiencia de las Abuelas en el proceso de restitución las ha llevado a reconocer un patrón característico en los niños que se enteran de sus orígenes. Conocer la verdad lastima, y lo habitual es que una fuerte reacción emocional siga a la noticia. Pero luego de esa primera fase crítica, que dura entre uno y tres días, los niños se vinculan con sus familias recuperadas, hacen preguntas detalladas y señalan a sus parientes cualquier signo de semejanza. Los integrantes del equipo interdisciplinario que asiste a las Abuelas en las restituciones indicaron que los niños se identifican casi de inmediato con sus familias legítimas. Han observado que un gesto, una voz o una información determinada pueden convertirse en los agentes específicos que desencadenan viejos recuerdos y generan un momento de intuición, el “clic” que ayuda a los niños a reconectarse con el pasado.26

La Abuela Nélida de Navajas comenta lo siguiente:

La gente nos pregunta que cómo es posible que una criatura que ha convivido muchos años y ha recibido el amor y el cuidado de esta gente pueda restituirse y reacomodarse en forma tan inmediata en su nuevo hogar. Nos basamos en que sobre la mentira no se edifica absolutamente nada. Estos niños, en algunos casos, saben que son adoptados, en otros casos han sido inscriptos como propios, pero cuando ellos conocen a su verdadera familia, la cual deja que el niño vaya poco a poco experimentando en la presencia de sus familiares de sangre directos, las similitudes que ellos van buscando, ellos empiezan a mirar los ojos, el pelo, los dientes, la modalidad, ellos empiezan a ver a aquellos que dicen que es mi verdadera familia y en la que yo me voy a integrar. Porque ellos hasta ese momento, en la familia que los tuvo, no han encontrado un punto de contacto, en cambio, en forma inmediata, desde lo físico hasta lo espiritual, ellos van inmediatamente incorporándose a su verdadera familia. Lógicamente, aconsejados por nuestro cuerpo de psicólogos, se dice que los niños los dejemos, que ellos libremente vayan investigando, a medida que ellos preguntan, nosotros vamos satisfaciendo sus deseos de conocimiento, es decir, les presentamos, eso sí, las fotos, porque lo primero que preguntan es “¿cómo era mi mamá?” y “¿cómo era mi papá?” y ahí es el nudo del que ellos parten para ir reconstruyendo todo. Desde las fotografías hasta los objetos que pertenecieron al papá, ellos tratan de ir acumulándolos como algo propio, como un tesoro personal, y no admiten que nadie les diga: “Bueno, pero yo, esto yo lo tenía acá y quiero…” No, no, no, ya es de su pertenencia, es así, como ellos, poco a poco, en breves días, porque no estamos hablando de mucho tiempo, estamos hablando de días, ellos ya se sienten totalmente reincorporados a su propia familia, totalmente identificados.27

Las Abuelas también han notado que, a pesar de su dolor al enterarse de la desaparición de sus padres, muchos niños sintieron un gran alivio al saber que no habían sido abandonados, sino que eran niños queridos. En el caso de Tatiana Sfiligoy, cuando aparecieron sus abuelas y conoció su historia, a los siete años, se angustió mucho. Su madre adoptiva, sin embargo, le recordó que no la habían abandonado, que sus padres fueron secuestrados y la dejaron contra su voluntad. La reacción de la niña fue inmediata: su angustia disminuyó y se quedó tranquila y en paz, a pesar de la triste noticia sobre la suerte corrida por sus padres. Estela de Carlotto lo expresó sucintamente: “conocer la verdad es la mejor terapia”.28

Algunos menores manifestaron abiertamente su satisfacción por haber sido finalmente identificados. El día de la restitución a su familia, una niña, al escuchar que su abuela le decía: “Te busqué durante tanto tiempo”, le contestó: “Y yo te estaba esperando, abuela”.29 En el caso de María José Lavalle Lemos, cuando el juez le habló de sus orígenes, ella le comentó que siempre había pensado que tenía otra casa, otra familia y un hermano.30

La verdad se convierte en una piedra angular de la identidad recuperada de los niños localizados. Al cambiar sus nombres, sus edades y sus identidades, los apropiadores los transformaron en objetos y los despojaron de su historia. Algunos niños se resistieron a los esfuerzos hechos para borrar todas las huellas de su pasado negándose a que les cambiaran el nombre. La significación del propio nombre como resto de la identidad refleja la relación con los padres, que son quienes se lo dieron.31 Otros niños, obligados por los jueces a encontrarse con sus apropiadores, se negaron a hablar con ellos debido a las mentiras que les habían contado. A veces desafiaron abiertamente a los magistrados. Cuando el juez le dijo a Ximena Vicario: “Yo represento a tu padre y decido tu destino”, la niña le contestó que no era su padre, porque su padre había desaparecido. Cuando el juez la invitó a ver a su “mamá”, Ximena le respondió que su madre había sido asesinada y que Siciliano no era su madre. Cuando se dirigía a ella como Romina, el nombre que le había puesto la mujer, la niña exigía su verdadero nombre, Ximena. Y cuando se produjo el encuentro con ella, la niña la enfrentó reprochándole sus mentiras.32

Un psicoanalista infantil que trabajó con las Abuelas en muchas restituciones se sintió profundamente impresionado por los niños recuperados:

Todos los chicos que conocí, restituidos, son muy inteligentes, diría casi superdotados. Y no es de extrañar que sea así, porque deben conocer alguna verdad profunda, inconscientemente, entonces deben [hacer algo así] como constituir un sistema de defensa frente a la mentira, muy poderoso para poder sobrevivir y tolerar la mentira […] En cuanto a sujetos con capacidad de adaptaciones son casi seres excepcionales en todos los casos. Quizás es una consecuencia humana para la sobrevivencia, tolerar la mentira, la capacidad de poder tolerar la mentira y saber dónde no preguntar y qué sí preguntar, cómo manejarse, por eso son inteligentísimos, formadísimos.33

Los psicólogos se vieron en la obligación de reconocer que, al trabajar con las Abuelas, entraban a un territorio inexplorado. Las situaciones con que se encontraban, que iban desde la desaparición de los padres hasta la restitución de los hijos, eran nuevas y los obligaron a reconsiderar muchas de sus teorías y prácticas clínicas. Otro psicólogo, que trabajó con las Abuelas durante ocho años, reflexiona y comenta lo siguiente:

Las Abuelas nos enseñaron a reformular la cuestión de la identidad, fue un gran aprendizaje sobre la condición humana […] Hubo que replantearse todo. Muchos de los psicólogos no entendían qué era eso de la “restitución”. Ellas les explicaron. Lo que las Abuelas decían tenía sentido común y mucha sabiduría y nos ayudó a desarrollar nuevas perspectivas y a repensar la psicología de la identidad […] Hay un antes y un después de las Abuelas. Su contribución ha sido enorme y el crecimiento personal y profesional que tuvimos los que trabajamos con ellas ha sido imborrable..34

Las Abuelas se negaron a aceptar que el trauma que habían sufrido los niños pudiera definirse y enfrentarse integralmente en términos de relaciones individuales entre ellos y quienes los tenían a su cargo. Con coherencia, vieron el cuadro más general. Reconocieron que ignorar el trauma social y político situado en el centro de la vida de los niños impediría su recuperación, porque las identidades individuales se desarrollan como parte de un proceso social más amplio. Comprendieron que, para que los niños se convirtieran en agentes activos y crearan su propia vida, era preciso poner al descubierto el cruel mecanismo que los había transformado en objetos. La suya es una visión ecológica, que exige el reconocimiento de la verdad y la justicia como prerrequisitos fundamentales de un futuro saludable, tanto para los individuos como para la sociedad.